jueves, 20 de diciembre de 2012

Eclipsarse.





No sé si algo tuvo que ver el elipse lunar del 28 de noviembre o sí hay eclipses personales. Así, como si uno fuera también un montón de constelaciones sin ton ni son que de pronto deciden alinearse o no, hacer pequeñas alianzas o ir contra toda predicción y dislocarnos la vida. Llegan de pronto, oscurecen todo y uno tiene la sensación de estar, otra vez, ante un inminente desastre, ante un breve pero intenso fin de mundo.
A todos nos ha pasado, esas rachas que nos hacen pensar si el karma existe, o si es una invención más para arrastrarnos con esa consigna de resignación y seguir adelante.  Sin embargo, a veces ya no queremos seguir, se vale claudicar, se vale decir: paso, y sentarnos a ver como se desmorona todo. Sin llegar a ser masoquistas es delicioso darse por vencido por unos instantes aunque sea, dejar que una Apocalipsis nos caiga encima, deleitarnos en ese desgarramiento mental, que de tan negativo apaga la luz—literalmente—, te deja a ciegas mirando un cielo eclipsado. Eres un cavernícola ancestral: solo, sin dioses, sin noción de tiempo, tan primitivo como una evocación equivocada en el contexto de la evolución de un creador intuitivo. Sientes, simplemente sientes, entonces descubres que estás más vivo que nunca y puedes ir hacia delante: se asoma un futuro mientras se despeja la negrura del eclipse.
El pasado, las cargas ajenas o ganadas a pulso, los afectos mal entrañados, la frustración, la guerra cuerpo a cuerpo desdoblada en los otros, la miseria sentimental, la mezquindad de los que se ganan todo reptando y quieren más, la condena de no saber decir no, la necesidad de agradar en la comitiva social que nos lanza al aislamiento personal, el ego desmedido de esa figuras que se autoerigen como maestros o Mesías, todo eso y más —agregue lo que quiera porque no quiero abrumarlo— que se vaya al oscuro fin del mundo, y sí, que se acabe, que se hunda en los anales de la historia, quede ahí como una fugas locura.
Es el fin de ese momento mundo.
Por eso estoy tranquila, no pienso en los mayas que anuncia el término inminente de una era, de un ciclo, de la humanidad con dimensiones catastróficas, porque el fin siempre es en realidad un principio.
Ahora que he superado ese eclipse que me hizo dudar de mi, de ti, de todos; que me lanzó al limite de un abismo cuyo fondo era tan negro como mis intensiones de no continuar adelante, me digo: esa que era yo ahora es otra, no sé si mejor, es diferente. Y ¿acaso esa Apocalipsis no es la ideal? Destruir un yo anterior, renovarse a pesar de llevar el mismo traje puesto; porque si bien no podemos mudar de piel sí de hábitos, de vida, de pensamientos e inventarnos otro mundo, quizá lleno de lo mismo, pero con esa candidez que brinda la esperanza de hacer las cosas de otra manera.

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