miércoles, 16 de septiembre de 2009

Asunto de pez


Me han preguntado: ¿por qué los peces? Quizá este texto que escribí hace tiempo les conteste...

Asunto de pez.

Desde la cama lo veía ir y venir sobre el azul celeste del muro. Ahí estaba su pez dorado, brillando displicente, con una cola llena de pliegues. Él se sabía observado. Su ego le obligaba entonces a moverse con lentitud para que Carolina lo admirara como una bala de oro que buscaba herir cualquier superficie. Además ese pez era un secreto, por eso siempre Carolina, antes de salir de su habitación, le suplicaba que se mantuviera detrás del armario: "No salgas, espérame aquí."

Y así le iba la vida. Cuando llegaba del colegio se refugiaba inmediatamente en su habitación para contarle a su pez dorado toda la faena inmunda del colegio. Para decirle que tenía otros amigos peces escondidos entre los árboles y entre los pupitres: "tú sabes, peces de tierra y peces de escuela". Eso no era verdad, sólo lo decía para que el pez se deslizara por el muro con sus ojos llenos de océano celoso. Pero aquel momento de incertidumbre duraba poco, luego de un rato se reconciliaban y conversaban largamente.

Su madre encontró extraño aquel aislamiento, ese encerrarse y tumbarse en la cama para mirar un muro azul celeste, ese hablar bajito como si la voz se la hubiese tragado una ballena:

-Debe estar enferma, debe estarlo.

Lamentablemente, eso dijo.

Habló entonces con el padre, quien quedó tan consternado y se enojó tanto imaginando que Carolina estuviera enferma, porque ya habían descartado cualquier otra posibilidad.

-Hija, ¿por qué sólo miras ese muro azul? Ahí no hay nada.

Ella se tapó la cabeza con la almohada y no quiso oír la pregunta de su madre. Se limitó a guardarse debajo de las sábanas como su pez dorado detrás del armario. La madre mientras tanto miraba con empeño el muro azul celeste, intentando acaso descubrir entre los pliegues de una pared arrugada algo que le dijera: "Tú hija no ha naufragado." Pero nada, ni un eco traído de esa inmensidad azul.

Al día siguiente, cuando Carolina salió al colegio, su madre entró como una espía a su habitación con la consigna de inspeccionar todo, cada metro, cada centímetro, cada milímetro de aquel lugar. Así con esa obstinación que se finca en la incertidumbre, encontró detrás del armario un pez dorado. Ahí estaba sonriente y feliz, rodeado de plantas verdes pintadas con crayón, detenidas, para que no se fugaran del muro, con piedritas hechas de papel aluminio. La madre no supo qué pensar, se desarmó su capacidad para deducir, para intervenir en aquel asunto de pez. Sin remedio sintió cómo la marea le arrastraba a la cordura, y con lentitud nadaba en ese muro mientras observaba los ojos llenos de océano de ese pez. Y lo miró también desplazarse de un lado a otro, lo miró acercarse... buscó el jabón y la jerga para limpiar aquel desastre.

-Si mi hija quiere un pez, tendrá uno verdadero.

Como si la verdad pudiera comprarse en una tienda de animales.

Al llegar Carolina del colegio, sin detenerse a saludar a nadie, entró a su habitación abstraída por un mal presagio. Sí, un mal presagio. Buscó detrás de su armario y sólo encontró el muro raspado violentamente. Se tumbó en su cama, no pudo llorar. Su madre abrió la puerta, parecía una ola tranquila que busca la playa de una isla desierta, era una sirena que promete la luz y lleva entre sus escamas la noche, porque así la vio Carolina, oscura y siniestra. La madre se acercó con un pez dorado agitándose dentro de una bolsa de plástico.

-Es para ti. Tómalo.

Pero ella suspiró y buscó refugio entre las sábanas que la sepultaron como arena.

-No lo quiero. Llévatelo, no lo quiero.

La madre se encontró de pronto a la deriva. La cólera la invadió porque cuando se ha estado tanto tiempo sola entre el mar el horizonte se pierde, se pierde. Y con la violencia propia de quien no encuentra puerto sacó de la cama a Carolina y la obligó a tomar entre sus manos al pez.

-No lo quiero.

Decía la niña sosteniendo aquel sustituto. Entonces, al ver a su madre molesta e injusta, jalándola del brazo y diciéndole cosas que ella dejó de escuchar, sintió dentro de su cabeza una tormenta, se acercaba hiperviolenta para arrancarla del suelo. Era un huracán que le nacía con odio, no, con impotencia. Sí, eso fue la que la orilló a tirar el pez al suelo, patearlo, estrellarlo contra el muro azul celeste, y ver con sus ojos, esteros desmedidos, la agonía de aquel intruso. Su madre sólo pudo consolar su tragedia con una bofetada. Carolina sólo pudo recibirla y mirar a la sirena siniestra cerrar la puerta diciendo:

-Esto lo sabrá tu padre.

Sin importarle gran cosa, pues ya no había anclas fuertes en su vida, buscó entre sus cajones un crayón dorado y comenzó a dibujar peces sobre el muro azul celeste. Aquí y allá peces felices, displicentes. Aquí y allá nadando sobre la pared. Así pintó y pintó peces hasta que su padre la abrazó muy fuerte y la obligó a dormir.

-Si quiere pintar peces, déjala.

Dijo el padre.

-Ella no está bien. Tú no viste cómo pateó al pez que le compré.

-Déjala.

-No.

Al día siguiente Carolina no quiso desayunar y su padre fue quien la llevó al colegio. La madre entonces sacó los rodillos y los botes de pintura. Se armó de una fuerza indiscutible y en menos de tres horas pintó de verde el muro azul celeste.

-No más peces en esta casa.

Aquel verde a Carolina le hirió los ojos. Se tumbó en la cama y no pudo llorar. Después de un rato de tristeza encallada, se puso en pie. Buscó entre sus cosas un crayón negro y comenzó a pintar peces moribundos sobre ese verde porque se dio cuenta que todo era muerte y que todo estaba muerto.

Cuando su padre fue a buscarla, miró con agonía aquel verde que dejaba caer peces negros, como hojas de holocausto, al suelo. Peces que se sacudían asfixiados en las celosías de la habitación. Y tratando de no pisar aquella marea oscura sacó a Carolina de ahí.

Esa noche, mientras cenaban, los tres guardaron silencio, estaban de duelo...

sábado, 12 de septiembre de 2009

Ahí viene un vagón cargado de...Aventuras



Mucha gente me pregunta en dónde escribo, que de pronto encuentran cosas mías aquí o allá , que van a las librerías y preguntan por mis libros: siempre agotados; cosa que me parece maravillosa, quiere decir que mis textos trabajan tanto que se agotan y se van a descansar (ya he dicho: lo que escribo una vez impreso hace lo que le da la gana, por esa misma razón no puedo controlar a dónde van y si van a regresar). Pero ¿dónde descansan? Quisiera suponer que en las manos de algún lector que logró, por cosas del azar o del destino, encontrar un libro mío hiperquinético, pues nunca están donde deben estar.

Pero donde si estoy, habito y disfruto de ser,  es en los libro que edita la reconocida Arianna Squilloni ya sea en colecciones de otras casas editoras o en su editorial barcelonesa A buen paso. Quizá estoy ahí siempre porque ella ha sabido tirar de mis textos y mantenerlos a raya, a su merced, haciendo de las suyas pero al alcance de todos. Arianna que es mi editora ( ya ahora amiga) de textos juveniles e infantiles, ha logrado lo que pocos editores, tenerme quieta y trabajando. Me ha rodeado de excelentes compañeros de juego: Zulema Galeano que ilustró la novela La Criatura del Espejo, y después invitó Beatriz Martín Vidal para que brincara la cuerda loca loca  de la novela El enigma de la esfera con unas ilustraciones fuera de serie, maravillosas.  No contenta con ello me llevó a la feria y me dijo: “¿Te gustan los trenes?”  Mucho, le dije, “pues aquí tienes el Transiberiano ponte a jugar con él, con Julio Verne y con Marcè López”, otra impresionante ilustradora.  Y en rayuela frenética hicimos el cuento “El expreso azul”, que se contiene en Un vagón de Aventuras.

Este libro que les comparto ahora posee seis cuentos, todos estupendamente bien escritos e ilustrados, que hablan de los trenes más famosos de la historia que llevan como pasajeros a escritores reconocidos por su libros de aventuras, que de la mano de escritores como Juan Arjona, Daniel Nesquens, Annuska Angulo, Antonio Lozano, Albert Guell Juanola, y de ilustradores de la talla de Alba Marina Rivera, Nicolai Troshinsky y la ya mencionada Marcè López, somos guiados por la maquinista principal Arianna Squilloni, y se antoja ya como un libro entrañable.

Y pues sí, ahí estoy, ahí me encuentro, y soy feliz en ese gran patio de juegos que Arianna posee y comparte. Por cierto, ahorita estoy haciendo fila para el gran estreno de Papá oso, ya les contaré de este proyecto más adelante, por lo pronto me divierto de lo lindo con mi nuevo compañero de juego el ilustrador Jacobo Muñiz. Así que impredecible, como dicen que soy, y escurridiza como otros me califican, ya saben donde me detengo a descansar siempre, entre las páginas de estos libros que se me antojan eternas y que Arianna cultiva A buen paso, a buen paso...

 

domingo, 6 de septiembre de 2009

Sobre hiperbreves


Una de mis debilidades en cuento: los hiperbreves, me enloquecen. En la actualidad se han instituido como una nueva línea dentro del género, aunque la verdad ya les cultivaban desde el siglo XIX; como buen ejemplo están Los cuentos crueles del francés Villers de L’Isle-Adam o aquí en México el escritor Julio Torri, éste último de principios del XX. Sobre este tema escribí algo hace tiempo en www.literaturas.com cuando me invitaron a participar en un especial sobre hiperbreves, “Universos bajo cero” titulé mi comentario. En fin, te comparto ahora, una minificción que forma parte del libro Sirenas de Mercurio, que me publicó Amargod Ediciones en España (2007). La brevedad y su intensidad siempre serán para mí tan seductoras como la noche. Ojala te guste el texto:

Deformando la historia.

El mito es una cosa terrible, una etiqueta por la cual muchos individuos pasan a la eternidad creándose una fama desastrosa. Seguro desde sus tumbas, remotas y olvidadas, les da hasta pereza reclamar cualquier cosa, incluso, porque son mito y no leyenda, hasta advertir al lector que nunca existieron. En fin, cosas de esta vida culebra, para ir a tono con el personaje del que se habla: Medusa.

La historia no oficial (o sea la verdadera, si no nos ponemos relativos), la sitúa en una lejana comunidad de Grecia donde por desgracia era la más bella de todas las mujeres de su comarca. Pero como la belleza no viene sola también le tocó estar repleta de locura. Este inconveniente no disminuía su atractivo y, hombres de todas las latitudes venían a verla con la intención de pedir su mano. Ella, por supuesto, abstraída del mundo sólo se limitaba a reír. Cuentan, (rumores de la historia he dicho) que Medusa les advertía sobre su cabellera llena de serpientes venenosísimas, celosas y traicioneras que nunca le permitirían tener varón en su lecho. Y con esa voz, como sacada de un cajón del cielo (todo en ella era una bendición de los dioses, menos su razón), les murmuraba al oído: “Si no fuera por las víboras te haría el ser más feliz de la tierra pues es a ti a quién amo”. Luego los acompañaba a la puerta y los despedía para siempre. Entonces, comenzó el mito: los hombres abatidos se iban con el corazón petrificado y roto.

Si quieres leer Universos bajo cero entre en:

http://www.literaturas.com/eudave.htm

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Bestiaria Vida




En diciembre de 2008 salió la edición de mi novela Bestiaria Vida, con este texto gané el premio nacional de novela "Juan García Ponce", es mi primera novela, he cultivado más el cuento. A pesar de que antes ya había publicado dos novelas juveniles, Bestiaria Vida fue la primera que escribí, tardó un poco en encontrar su lugar y salir publicada, pero finalmente lo consiguió ya que fue escrita con todo el tiempo que necesitó, cerca de 4 años. Sí es corta (100 pp), pero en su momento tuvo cerca de 160 páginas. Yo creo que una vez que los textos son escritos y luego revisados, después de dejarlos descansar un tiempo, demandan ya con autonomía cómo quieren ser terminados. ¿O será que yo dejó que mis textos de forma caprichosa hagan lo que se les antoje? En fin, Bestiaria Vida dijo "Así me quiero" y así quedo.Te invito a que la conozcas, está publicada por Editorial Ficticia, se encuentra en las librerías desde febrero de este año.