domingo, 5 de mayo de 2013

Demorarse




Me gusta demorarme. ¿Cómo? Si tú eres muy puntal. No es lo mismo contesté.  Mi amigo puso cara de consternación como si el concepto llegara a destiempo a su cabeza. Ah, ahora ya comprendo, te gusta detenerte en las cosas, terminó por decir después de unos segundos de vacilación. Sonreí, ya no intenté explicarle, ¿por qué siempre se buscan equivalencias, aproximaciones—eso son los sinónimos en el mejor de los casos—  para no caer en una falta de estilo verbal o escrito, para no repetirnos como si con ello estrecháramos de mejor manera nuestros pensamientos o, peor aún, sentimientos?
En fin, no voy a demorarme ahí, discusión de siglos o de épocas, en esta ocasión solo reflexiono esta idea que nació del ocio, una especie de compañero de juego de la demora, no el único ciertamente ni el mejor. 
Insisto, me gusta demorarme. Por ejemplo cuando leo y estoy absorta en esa lectura que lejos de apurar, beberla de golpe, quisiera que no terminara nunca —una novela corta, un cuento, me demora más que un mamotreto de cuatrocientas páginas—; también me gusta demorarme en algún objeto de museo sin ir con esa necesidad de verlo todo cual devoradores de espacios, de lugares, de cosas. Simplemente para decir en la conversación: ya he estado ahí. Con la comida es igual: tranquilos, estoy bebiendo el aperitivo, despacio disfruto la ensalada, aguarde no he terminado con mi carne, estoy reposando no necesito ahorita el postre. Ni pagando los servicios uno puede demorarse.
La demora me parece a su vez un buen indicador de interés. Hacemos una pausa en lo que nos llama la atención aunque sea un instante —si aún tenemos un mínimo de decoro para prestar atención a lo que nos rodea—; así, una persona, en la casualidad de un día, puede ser un acierto sin importar si aquello culmina en algún tipo relación. O un descubrimiento toparse con el vecino, como lo es hacer un alto en medio del trabajo para cuestionarse la naturaleza del mismo. Demorarse en llegar a…algún lado, persona, puesto o reconocimiento no es una pena, ni una tristeza ni motivo de amargura: demorarse no implica la noción de detenerse indefinidamente. 
Vivo en la demora, gozo la demora, entendiéndose como un espacio silencioso, como un paréntesis donde la existencia no va de prisa para alcanzar esos objetivos locos e impuestos por la necesidad —o necedad— de estar en movimiento o a la cabeza siempre. Demora como pausa para esa presión social, que con la edad se acrecienta, e intenta matizar esos objetivos trazados en ala soberbia de destacarse —en lo que sea eso no importa—, pensando que con ello alguien va a sorprenderse con nosotros. Y así vamos, cuál furiosos e incontenibles caníbales, atragantándonos de información, adhiriendo seguidores en las redes sociales, en las cuentas de tuiter, acumulando viajes, títulos, premios, dinero, vicios, gente, amarguras, soledades , experiencias… sin degustarlas siquiera… El existir como una urgencia.
Si la vida está en otra parte, no sé si en demorarse,  hoy me gustaría  pensar que sí.