lunes, 29 de octubre de 2012

Un lunes para otro lunes.





Generalmente odio los lunes, salvo si son días de asueto o caen en vacaciones, fuera de eso los lunes me parecen desagradables, no me fío de ellos y la mayoría de la gente está de mal humor. Como no soy adicta al trabajo y llevo una vida familiar tranquila, tampoco me representan esa anhelada orilla salvadora que me asila del mundo al devolverme a la rutina laboral. Ciertamente la palabra lunes fonéticamente es bonita, tiene cadencia, etimológicamente hace referencia a la luna: el día de la luna; más todo ello no es suficiente, tal vez por eso yo me pongo lunática —tengo serias tendencias a la locura—, intratable y de un humor opaco que trasciendo al negro.
Los odio en serio, aunque ahora un poco menos gracias a mi reciente entrada al mundo espiritual de manejo de energías —siempre con ojos escépticos— y a una colección de literatura tan curiosa como bella que se llama:  Lunes. ¡Ah ironías de esta vida que me pesa tanto! No iba a comprarla debo admitirlo, la sola idea de tener entre mis libros, no un texto, sino una colección de relatos bajo esa denominación me parecía un flagelo mental nada apetecible. Pero lo que no mata fortalece, decidí curarme en salud, adquirí los treinta y un títulos junto con una caja roja lindísima. Eso y que la vendedora me aseguró que ya no había más colecciones completas, solo ejemplares sueltos, no de todos los autores: “los más raros ya no se consiguen”. Mmmm, caí, pues me fascina la idea de tener objetos del deseo, sobre todo si otros no pueden tenerlos, sí, a pesar de la apelación nefasta.
Para mi grata sorpresa este lunes fue una fiesta, resultó que es la reproducción facsimilar de los cuentos originales editados por Pablo y Henrique González Casanova de 1944 a 1947. Tenía ante mí relatos que pertenecían a la generación de la primera mitad del siglo XX, mayoritariamente mexicanos, muchos de ellos desconocidos no por falta de calidad, qué sabe nadie por qué razones de extrañas o editoriales, mismas que no indagaremos en esta ocasión pues sería motivo para otra columna. Siempre he dicho que es azarosa la vida de cualquier libro, mucho más la de un escritor.
Cada relato o conjunto de ellos viene acompañado con las viñetas originales de grabadores de la época, que en esta reimpresión de facsímiles del 2005 publicados por la UNAM con todo el cuidado de los primeros editores, siguen conservando su calidad gráfica. Me sentí afortunada no sólo por el libro en sí sino por el patrimonio cultural resguardado en este conjunto de cuentos.
Una vez que los tuve en casa, que repasé todos los títulos, los hojee con ese encanto que tiene algo viejo —aunque en realidad sea un añoranza reproducida en lo moderno—,recordando que estoy en esto de las energías, de cómo se van o se renuevan, te fortalecen o te destruyen, te sanan o te enferman, decreté algo: cada lunes voy a leer un volumen, cada lunes voy a iniciar la mañana, la semana, evocando la literatura que ahora nos hace ser o escribir. Cada lunes voy a cambiar ese deseo de evaporar ese día, de desintégralo y mandarlo a orbitar a otra galaxia, por el gusto de levantarme preparar mi té, tomar en orden —cosa que no suelo hacer— cada uno de esos relatos para disfrutar, aunque sea una hora, del penoso lunes.
Así, desde ese día a la fecha he llevado conversación privada con el hasta ese momento desconocido para mí Pablo Dolores Ake, que emuló a Quevedo con su relato Nuevo cuento de cuentos,  con Francisco Roja González cuya Celda 18 bien pudo evocar a Revueltas a escribir su famoso El apando. Ah, La casa del grillo de Alfonso Reyes que me devolvió cierto recuerdo de infancia al leer como se nombran los dedos de la manos, evocando a mi abuela, siempre divertida, enseñándomelos. A Descubrí al escritor chileno Luis Enrique Délano con Un niño en Valparaíso, cuya creación de atmósferas para el manejo de las emociones me dejó abrumada. Y cómo me divertí, de hecho me hizo el lunes completo El Dr. Fu Chang Li, de un autor del que no tenía conocimiento Octavio G. Barreda; también me deleité con un cuento tan atípico como vanguardista de Mariano Azuela: El jurado.
La lista continua, pero mis lunes de lunes —no puedo creer que lo este diciendo “mis lunes de lunes”— van por el número 11, y estoy emocionada  porque me falta más de la mitad,  sí, este año se verá salvado de tan nefasta intervención semanal. Además compruebo la sabiduría popular, modificándola un poco, pero el lector de esta columna entenderá a que me refiero al decir: un lunes saca otro lunes.


miércoles, 3 de octubre de 2012

Fuera de lugar de Pablo Bresica

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Recientemente presenté el nuevo libro del escritor argentino Pablo Brescia Fuera de Lugar, texto publicado en Perú por Borrador Editores y que ha tenido muy buena aceptación entre el público, no sólo peruano, sino mexicano también. Aunque el libro no circula en la librerías locales, pueden adquirirlo por Internet. A continuación dejo algunas impresiones que destaqué del libro de Brescia y su excelente prosa:

Fuera de lugar es un libro poderoso donde las anécdotas varían pero las preocupaciones permanecen como visitantes reincidentes en las 12 historias que integran el volumen dividido en dos partes: Lugar y Fuera.  No puedo evitar mencionar que los relatos que componen Lugar, se ubican ya desde el subtítulo como una insinuación a la búsqueda y reafirmación de lo propio desde el territorio alienante de los Estados Unidos. Al no encontrar un espacio físico en el cual depositar y conservar sus orígenes, su historia cultural o familiar, los personajes —a pesar de interactuar con los locales—, construyen universos paralelos para subsistir, para desde la inventiva recrear lugares concretos y habitarlos: un libro, un hotel, un auto, o abstractos: un recuerdo mortificado, una imagen fantasmagórica, una tienda imposible. Este libro nos demuestra en la prefiguración del espacio y en la configuración de sus personajes, que el gran tema de la literatura no es ya la aventura del hombre lanzado a la conquista del mundo exterior sino la aventura del hombre que explora los abismos y cuevas de su propia alma. De ahí que la segunda parte, Fuera, mediante esa ironía sutil que no alza mucho la voz porque se filtra serena y certera entre las  historias de Pablo, se presente como el reclamo de estas almas abismadas o al margen de la existencia en esa necesidad de ser tomadas en cuenta. Y tocan todas las puertas posibles desde sus desgracias, desde sus batallas personales, sin justificarse, sin hacer proselitismo, sólo se muestran y buscan un “lugar”.
En su conjunto, los relatos de Pablo Brescia están llenos de detalles, de referencias intelectuales e intertextuales, con francos  homenajes a los escritores que nutren sus historias como Raymond Carver o David Foster Wallace, ofreciendo al lector diferentes niveles de lectura, de placer. Brescia se adentra en los desafíos, en los laberintos evocativos y reta a su lectores a deducir en el juego. Pero no se crea que todos los cuentos son una delirante puesta en escena de la erudición de Brescia o de su crítica ácida hacia los Estados Unidos desde la perspectiva de emigrado; no, este conjunto de relatos es también apuesta a narrar mundos propios, donde los personajes van en busca de refugio para encontrarse consigo mismo. Donde la prosa depurada, fluida, acaso melancólica a momentos, nos conduce con cautela, pero sin escatimar en recursos literarios, sin omitir la sorpresa, sin dar una vuelta de tuerca al lugar común, a la emoción reprimida o violentada. Fuera de lugar, nos ubica, curiosamente, en un lugar: el de la reflexión, para decirnos que se transita no solamente en lo otro o por el otro, sino en la palabra, única vía de comunicación posible entre el recuerdo y la vida imaginada, ahí donde nunca estamos fuera de lugar.

Para saber más sobre Pablo Brescia vista su blog: http://pablobrescia.blogspot.mx/