lunes, 30 de septiembre de 2013

Antesala, obra de teatro...





Olvidada tenía esa etapa de mi vida cuando recibo una llama del director Gabriel Gutiérrez Mojica pidiendo mi autorización para montar Antesala. Entré en pánico,  no tenía ni una copia —imaginen la redacté en una máquina de escribir viejita—y no recordaba bien a bien de qué iba la obra. Le dije que necesitaba leerla de nuevo, luego admití que no conservaba la copia. Él me hizo llegar una y para mi fortuna no me pareció fuera de tono, ni pasada de época. Le hice unos cuantos arreglos para actualizarla, redondeé el final, se eliminó un personaje, cuyos diálogos y situaciones fueron absorbidos por otro. En su conjunto la obra era bastante digna. La entregué y me dije: ninguna pieza teatral verdaderamente se completa si no se estrena alguna vez, el teatro no es para leerse solamente, debe representarse.




Para mi sorpresa, la obra tuvo mucho éxito y alcanzó llenos totales en la pequeña sala donde se represento en corta temporada. Yo asistí a casi todas las puestas en escena comprobando que cada representación es única e irrepetible, ahí la maravilla del teatro. Los actores fueron haciendo suyos los personajes, las situaciones… Estoy muy contenta, tengo una sonrisa amplia, agradecida con  el grupo  Teatro Producciones Gagumo, que bajo la dirección de Gabriel Gutiérrez Mojica la llevaron a escena.




La Cecilia de finales de los ochenta, ávida de escribir obras de teatro, deseosa de ver una puesta en escena de su trabajo, veintitrés años después ve ese sueño realizado. Esa chica imperiosa, apasionada y joven debe estar muy feliz ahora, por eso le dedico también esta entrada, agradeciéndole el no bajar las manos, el mantener en mí esa pequeña luz que ahora se aviva, recordándome que no hay esfuerzo vano porque tarde o temprano se asoma la recompensa…


P.d. Dejo en esta entrada algunas fotos de escenas de la obra cuya temporada duró todo septiembre.


miércoles, 7 de agosto de 2013

Pertenecer



No tenía ni idea de qué escribir para retomar mi blog — que de pronto se ha convertido en una bitácora casi personal de acontecimientos —, tenía pensado e incluso ya redactada una columna sobre la violencia cotidiana. Sin embargo, no estaba de humor ni me interesaba destacar o apedrear ningún producto en particular, ni ponerme a discutir su calidad o no artística a propósito de una película premiada en un famoso festival. Siempre se pueden hacer cosas maravillosas con las tragedias de los otros, con la inmundicia personal, con el cinismo de los políticos, con al enfermedad moral de un pueblo cada vez más enajenado por los medios de comunicación, con la indiferencia de los consumidores y así hasta el infinito. Hablar de una película como de una novela que se jacta de mostrar la verdad verdadera—como si aquí en este país perdido acá de este lado del mundo existiera la  posibilidad de la verdad aunque sea en sentido abstracto—, no me atrajo.
Además estaba abrumada por el trabajo, por los informes académicos interminables, por la incertidumbre laboral de ese momento y no tenía cabeza para infiltrarme en una reflexión sobre la violencia o cualquier otra cosa. A punto de claudicar, abrí mi computadora para redactar una carta con mis disculpas más elaboradas al editor, y que me encuentro a un amigo en el chat. Él estaba con sus cavilaciones, con sus reflexiones en torno a ese dilema contemporáneo de pertenecer o no pertenecer. Dejé de lado mi trabajo académico de corte administrativo—llenaba un formato para la SEP— y me inmiscuí en el asunto. Hablamos de si es conveniente pertenecer o no a un grupo literario, a un movimiento, a un género. De si es posible que eso ayude a la visibilidad como escritor, a consolidar la obra, a descubrirnos realmente. Discutimos sobre lo penoso y reductivo de los encasillamientos en una determinada línea literaria y de cómo algunos se sienten cómodos así, otros se molestan y luchan por desmarcarse haciendo lo que no saben hacer sólo para sentir que están en otra dimensión literaria, agradar a la critica y al canon tradicional—caray, si hasta los inclasificables están en una categoría la de los inclasificables—.  Él me preguntó así sin más, que si yo estaba molesta porque me ubican como escritora fantástica o de pronto juvenil, o algunos en la Ciencia ficción (aunque sólo he escrito dos cuentos  con las premisas de ese género), o que sí soy más cuentista o novelista (y ya sacando cuentas tengo más novelas que libros de cuentos),  o si mi vida académica tiene más peso que la literaria.  Y esto último, lo académico, me hizo pensar que ahí también me dicen que sí soy de tal grupo o de ese otro (no estoy en ninguno soy académica siempre digo), pero sí en un Cuerpo académico y gracias a ello tengo apoyos económicos —estaba llenado esos formatos antes de la charla—. Y en avalancha vertiginosa me di cuenta que pertenecemos queramos o no a algo. Nos hemos vuelto pertenencia, se acabó la autonomía en el sentido más estricto, ya no se puede ser o hacer en solitario nada ni avanzar en la vorágine social. Nos hemos vuelto entes colectivos: cuerpos, generaciones, grupos, redes, asociaciones, clanes, tropas, caravanas…
No es que no quiera pertenecer, me dije, simplemente no quiero que eso me determine, me impida moverme, me instale en un espacio de confort y me obligue a repetirme hasta el infinito en ese espiral que los otros han diseñado para mí. No quiero ser un individuo cuya definición dependa de su pertenencia o no a determinado grupo social, literario, académico, familiar, económico, sexual, cultural, nacional... Ciertamente todo está copado por las mafias grupales, por el poder de la asociación,  sin embargo ¿No habrá un espacio en el cual podamos estar un poco fuera de ese juego perverso que todos jugamos convencidos o no? ¿Un lugar donde la inclusión/ exclusión sea materia concreta y no esencia de todo? Y pensé en la escritura, mi único reducto, donde —todavía— voy y vengo en catarsis absoluta, donde sigo siendo autónoma, donde más allá de preocuparme por cumplir con un manifiesto literario o con la exigencias de una editorial, agente literario o jefe laboral, sigo produciendo lo que me apetece, cuando me apetece, sin preocuparme mucho por los títulos o las etiquetas, sin buscar un devenir que no sea el propio. Al final mi amigo y yo caímos en la cuenta de que hasta ahora ha sido así, y estamos liberados—por lo menos yo lo pienso así— de la responsabilidad que siempre trae consigo las clasificaciones o denominaciones que no nacen de una decisión propia.
No importa a que pertenezco si se a quien pertenezco: a mi misma y mi historia. Eso me lo confirmó una llamada telefónica que recibí justo cuando la conversación entre mi amigo y yo estaba álgida, era mi hermana que me preguntaba si había recordado que mi padre cumplió 15 años de muerto. Lo olvide. Sí, tan ensimismada estuve trabajando todo el mes para las necesidades de todos los espacios o grupos a los que pertenezco que lo olvidé… Reproché mi ausencia en las cosas importantes…
Mayo fue un mes extraño, por fin ha terminado, afortunadamente todo tiene un fin tarde o temprano. Curiosamente un mes puede parecernos un año o incluso una vida entera breve e intensa. Y justo me llegó esta reflexión sobre el pertenecer cuando estoy cerrando ciclos, continuando otros, mudando de piel, de casas, de conjeturas, para asentarme en la idea de llevar una existencia más propia, más mía. La palabra pertenecer ahora la percibo como vaga, ambigua, casi un paréntesis constante en la vida de los hombres, no significa inmovilidad ni perpetuidad, está ahí y luego ya no, porque finalmente vamos, venimos ajustándonos a las circunstancias. Y qué sabe nadie, sería muy bueno pensar que somos tan fugaces como la pertenencia misma.



lunes, 17 de junio de 2013

El desprendimiento de una casa.






Llevo un mes desmantelando la casa paterna. Después de la muerte de mi madre quedó como el único espacio de una historia familiar tan accidentada como cualquier otra. Mis hermanos y yo, por razones que cada uno conoce y despliega para sí mismos, la destinamos a la inmovilidad, desterrada de habitantes que subieran y bajaran por la escalera, sin gente que durmiera de noche en sus habitaciones, sin tocar el piano, sin prender la fuente, sin sentarse en las macizas mecedoras mientras se contempla el jardín que ahora está lleno de bugambilias. Quizás porque podíamos decir aún: voy a la casa de mis padres, pondré esto o aquello en la casa de mis padres, necesito hacer unas diligencias para la casa de mis padres; manteniendo vivo no sólo un recuerdo sino una presencia que nadie se atrevía a cuestionar, existiendo porque nuestra manera de referirnos al espacio los mantenía con vida.
Fue un paréntesis acogedor y relajante, no puedo negarlo, era como tener un lugar al cual ir y sumarnos, mis hermanos y yo, en un ser colectivo, nadie tenía mayor o menor rango de pertenencia o presencia. Reinaba ahí un sentido de igualdad, era terreno neutral, donde a pesar del dolor de la perdida, éramos cobijados equitativamente por el recuerdo. Sin embargo, los espacios de tránsito tienden a desmantelarse, la cotidianidad y su urgencia, la maldita economía y las presiones sociales nos arrancan de los pequeños paraísos infantiles o filiales obligándonos a renunciar a los sitios que nos formaron, nutrieron e hicieron lo que somos. Así, en ese vértigo por concluir un momento histórico, sí, histórico de nuestras vidas, vamos rompiendo fotografías porque ya nadie quiere custodiarlas, regalando libros de otros tiempos, jarrones y vajillas, ya no son prácticas; resolviendo dónde vamos a acomodar cosas que nos duele dejar en manos de extraños que no valorarán —ni tienen por que— su peso sentimental; evidenciando que los muebles ya no caben en ningún lugar por las dimensiones de un ayer donde el espacio no era un lujo como ahora.
Eso y el polvo, como una sentencia agobiante, como cenizas de un pasado muerto que uno se empeña en mantener vivo. Y salen las bolsas de plástico negras, convirtiéndonos en asesinos de nosotros mismos, rompiendo, mutilando para nutrirlas, junto a esas cajas de cartón reciclado que sepultarán en alguna bodega nuestros recuerdos, esos que aún en la mezquindad más burguesa de no poder conservar lo que hemos sido — en aras de construir un futuro con la herencia de los padres—, no queremos desaparecer. Luego está el agotamiento, sacar y sacar objetos, papeles, emociones en pilas interminables que no se sabe dónde colocar o dónde consignar porque nosotros somos los únicos remitentes y destinatarios, no hay más, y debemos—como si fuera un acto de heroísmo— encontrar fuerzas y culminar la tarea del desalojo de la propia historia. No hay manera de hacer un duelo real si delego mi pasado a otro, si le encargo la triste tarea de demoler los recuerdos, los objetos personales.
¡¿Qué vamos hacer con el piano?!
Estoy en ese trance y no sé si saldré completa. Algo de mí morirá: mutilada, rota, abandonada en ese desalojo, en ese vaciar una casa para dejar el cascarón que seguro será demolido para edificar otra. Esta despedida es más una sensación de desprendimiento, de fragmentación. O es un pequeño holocausto incendiario, abrumador, arrasa, me hace perder el control de las emociones y me coloca en un intersticio de espera. Y ahora ¿qué? Ya no está la casa para arroparme esta sensación de huérfana…
He decidido conservar el piano, no sé en que sito lo pondré, no tengo ni idea, igual me obligo a buscar un departamento más grande donde concilie este presente abrumador con el pasado amoroso. En fin, qué sabe nadie, quizá vuelva a las lecciones de piano para no olivar eso que fui y le da sentido a lo que soy.


domingo, 5 de mayo de 2013

Demorarse




Me gusta demorarme. ¿Cómo? Si tú eres muy puntal. No es lo mismo contesté.  Mi amigo puso cara de consternación como si el concepto llegara a destiempo a su cabeza. Ah, ahora ya comprendo, te gusta detenerte en las cosas, terminó por decir después de unos segundos de vacilación. Sonreí, ya no intenté explicarle, ¿por qué siempre se buscan equivalencias, aproximaciones—eso son los sinónimos en el mejor de los casos—  para no caer en una falta de estilo verbal o escrito, para no repetirnos como si con ello estrecháramos de mejor manera nuestros pensamientos o, peor aún, sentimientos?
En fin, no voy a demorarme ahí, discusión de siglos o de épocas, en esta ocasión solo reflexiono esta idea que nació del ocio, una especie de compañero de juego de la demora, no el único ciertamente ni el mejor. 
Insisto, me gusta demorarme. Por ejemplo cuando leo y estoy absorta en esa lectura que lejos de apurar, beberla de golpe, quisiera que no terminara nunca —una novela corta, un cuento, me demora más que un mamotreto de cuatrocientas páginas—; también me gusta demorarme en algún objeto de museo sin ir con esa necesidad de verlo todo cual devoradores de espacios, de lugares, de cosas. Simplemente para decir en la conversación: ya he estado ahí. Con la comida es igual: tranquilos, estoy bebiendo el aperitivo, despacio disfruto la ensalada, aguarde no he terminado con mi carne, estoy reposando no necesito ahorita el postre. Ni pagando los servicios uno puede demorarse.
La demora me parece a su vez un buen indicador de interés. Hacemos una pausa en lo que nos llama la atención aunque sea un instante —si aún tenemos un mínimo de decoro para prestar atención a lo que nos rodea—; así, una persona, en la casualidad de un día, puede ser un acierto sin importar si aquello culmina en algún tipo relación. O un descubrimiento toparse con el vecino, como lo es hacer un alto en medio del trabajo para cuestionarse la naturaleza del mismo. Demorarse en llegar a…algún lado, persona, puesto o reconocimiento no es una pena, ni una tristeza ni motivo de amargura: demorarse no implica la noción de detenerse indefinidamente. 
Vivo en la demora, gozo la demora, entendiéndose como un espacio silencioso, como un paréntesis donde la existencia no va de prisa para alcanzar esos objetivos locos e impuestos por la necesidad —o necedad— de estar en movimiento o a la cabeza siempre. Demora como pausa para esa presión social, que con la edad se acrecienta, e intenta matizar esos objetivos trazados en ala soberbia de destacarse —en lo que sea eso no importa—, pensando que con ello alguien va a sorprenderse con nosotros. Y así vamos, cuál furiosos e incontenibles caníbales, atragantándonos de información, adhiriendo seguidores en las redes sociales, en las cuentas de tuiter, acumulando viajes, títulos, premios, dinero, vicios, gente, amarguras, soledades , experiencias… sin degustarlas siquiera… El existir como una urgencia.
Si la vida está en otra parte, no sé si en demorarse,  hoy me gustaría  pensar que sí.



miércoles, 17 de abril de 2013

El asesinato del General Ramón Corona, cuento de Cecilia Eudave






                              

Terrazas miraba el fondo del vaso con los restos de la espuma de la cerveza. Había tomado dos, quizá tres, perdió la cuenta esperando al Inspector Francisco Fuentes. Ni siquiera sabía bien por qué lo cito ahí, ni qué iba a decir. Pero tenía que hablar, no estaba de acuerdo con nada, ni con las notas de los gendarmes, ni con el forense, ni con los doctores que atendieron al General Corona, ni con el cómo se manejó el caso desde un principio. Ahora, pensándolo bien, debió quedarse en el norte, allá en Ciudad Juárez o aceptar su comisión a Chihuahua y no a Guadalajara. Mala hora aquella en que escuchó a su esposa decirle que un cambio de aires y de temperatura le ayudaría al estómago, a su frágil digestión. Nada, todo se había empeorado, la salud, el dinero y para colmo verse involucrado en una asesinato tan absurdo como el carpetazo que le dieron al asunto.
Pidió otra cerveza y miró su reloj: “No va a venir”. Sus compañeros le advirtieron que el Inspector Fuentes estaba buscando un asenso desde hacía tiempo y que no iba a permitir que un norteño, necio y con poca experiencia, le viniera a arruinar la vida. Pero qué le va hacer, es hombre de ideas fijas y esto del asesinato de General le huele mal. Si él no hubiera estado ahí. Si ese domingo diez de noviembre no le hubiese tocado hacer ronda junto con el Inspector, no estaría ahora bebiendo una cerveza tras otra para encontrar la forma de sacarse la imagen de Primitivo Ron, tirado en la calle, envuelto en su propia sangre que le salía a borbotones del pecho, del estómago. Porque a él le tocó ver esta escena y no cuando se llevaban al general y a su esposa. Sólo le dijeron: “Quédate aquí éste es el asesino”. Y le costó trabajo cree que, ese sujeto con los ojos entreabiertos y la expresión llena de sorpresa, como si no esperara la muerte, se había suicidado después de asestar con violencia varias puñaladas por la espalda al General Corona y otra a la esposa que intentó auxiliarlo.
Terrazas recuerda bien que quiso dejar a un par de gendarmes ahí junto al cuerpo de Primitivo Ron, el supuesto asesino, para integrarse a las pesquisas y ayudar a trasladar al General a lugar seguro. Pero no, a él le tocó esculcar al muerto, revisar  sus bolsillo, identificarlo. Sintió lástima de aquel muchacho de no más de veinte años, mas todo se puso peor cuando dio con un papel mal trecho que resultó ser una nota suicida. Nota que le impidieron leer en ese momento y se llevaron como evidencia para estudiarla en un lugar  más adecuado. Luego sólo se le ordenó inspeccionar todo el perímetro, localizar testigos, pistas u alguna coordenada para esclarecer el asunto. 
Se aplicó en serio, recolectó todo cuanto creyó necesario registrándolo y guardándolo según el protocolo. Nunca abandonó el lugar del delito ni perdió detalle de la escena hasta ya entrada la noche. Después con sumo cuidado y atendiendo a cada detalle escribió su reporte. Cada evidencia, acompañada de una lectura detenida y minuciosa, concluyendo que aquello no fue el arrebato de un loco en solitario, sino un complot para asesinar al Gobernador de Guadalajara con alevosía. Orgulloso estaba de buen trabajo, pero cuál va siendo su sorpresa, le dieron carpetazo al asunto, desestimaron sus informes y su apelación cuando se opuso terminantemente a ello.
—¿Sigue con lo mismo Terrazas?
Era el Inspector Fuentes que mientras se sentaba en la mesa  pedía un tequila.
—Inspector, pensé que ya no venía.
 —Estoy aquí porque quiero dar por terminado este asunto.
—Usted sabe que esto no es como las instancias oficiales lo manejan.
—¿Ah no? Entonces vamos a desacreditar a hombres tan ilustres como Don Luís Pérez Verdía que de puño y letra redactó el suceso. O a desestimar también a el Licenciado Zuno todo porque usted dice que entrevistó a un muchachito, pintor en ciernes, que dijo ser testigo presencial, ese tal…
 Gerardo Murillo, Inspector.
—Que además por lo que sé está desaparecido. Y que seguramente buscaba sus cinco minutos de fama, y pues no le salió el asunto, así que como buena rata de refundió en su agujero…
—Pero, no sólo es lo del testigo. Sino los dos hombres misteriosos que acompañaban a Primitivo Ron y que se presume fueron los que lo apuñalaron.
—Terrazas, ¡Por Dios! Entre en razón, no hay ningunos hombres misteriosos, el asesino se suicido.
 —Inspector, con toda la consideración que me merece, ¿quién puede creer que alguien después de darse una puñalada en el corazón, pueda darse otra y luego herirse en el estómago? Eso es imposible.
—¡Ah, entonces usted sabe más que los médicos forenses!
—No digo eso, sólo le pido que me permita argumentar mi punto de vista.
—Terrazas, ¿qué no ve? Quedan claros los motivos del horrible caso en la nota suicida de Ron: ¡Qué muera el General Ramón Corona. Que muera para que escarmienten todos los Gobernadores de los Estados de la República y todos los gobernadores del mundo. ¡Qué sea esto para escarmiento y felicidad de muchos Gobernadores presentes y futuros! Pero venga, argumente  lo irrefutable…
Sin mucho convencimiento y bebiendo de golpe su tequila Fuentes acepta escuchar la versión de Terrazas.
—Mire, Inspector, retomemos el supuesto manifiesto suicida. No me trago eso de que él lo escribió. A ver, se sabe que Primitivo fue director de una escuela en Mezquitán, y si bien recuerdo, porque lo investigué, fue retirado de su cargo por violaciones al laicismo legal. Por eso me pregunto ¿Cómo un director de escuela tiene faltas de ortografía? Además están las innumerables referencias cultas, Inspector, ¿Cómo alguien que escribe mal puede citar con precisión y dar esa referencias a autores clásicos? Y ¿no le parece extraño que Primitivo tuviera todos los detonantes posibles para la locura y que además él los enumerara como causas de su falta de apetito por la vida? Acuérdese: sufrió intensamente desde su niñez; era despreciado por las mujeres, burla de su parentela, de sus amigos, no se le reconocía su talento, ni lo tomaba en cuenta, entre otras cosas… Demasiado, ¿no cree?
—Ser despreciado por las mujeres enloquece, Terrazas. Usted es bien parecido y no sabe de eso pero ese pobre muchacho… Además, el general si lo tomó en serio, lo escuchó y le dio trabajo de gendarme. Mal agradecido, Dios lo pudra en los infiernos…
—Ahí otra inconsistencia, Inspector. ¿Cómo un Gobernador iba a recibirlo, escucharlo y darle empleo con asuntos más importantes por despachar?  Poco probable. Y si fue así ¿quién de su oficina lo permitió? Nadie me ha sabido contestar esta pregunta.  Por otra parte,  si Ron lo quería matar, ¿por qué no fue ahí, lo tenía muy próximo? ¿Por qué espero, si total él deseaba quitarse la vida, qué más daba ser obra de él o de los guardias del palacio de Gobierno?
—¿Cómo saber los razonamientos de un loco? Terrazas, ubíquese…
—Yo no creo que estuviera loco de remate, fue un chivo expiatorio en todo esto… Inspector, es cosa de atenerse a los detalles, nada tiene sentido. ¿No le parece extraño que se le de el puesto de gendarme a un ex director de escuela? ¿Quién podría sospechar de un hombre que vigila la ley? Y ¿por qué no tenía compañeros de ronda? Además ¿quién le dio el itinerario del general y su esposa? ¿Cómo sabía que ese domingo iría al teatro? Luego están las incongruencias del lugar donde fue atacado. Los croquis son confusos, Inspector. Mi versión coincide con la del muchacho Murillo:  acuchillan al general en la calle de la Maestranza y a Primitivo Ron en la esquina de ésta y la calle del Carme…
—Terrazas, ah ver, no cambie las cosas, Ron se suicida, no lo asesinan.
—Yo sólo me atengo a los hechos, son las evidencias, las pruebas, los detalles los que cuentan otra historia, son ellos los que contradicen la versión oficial.
—¡Ah, qué Terrazas! Y según usted ¿cuál es la verdad?
—No me atrevo a asegurar nada todavía… Pero corren rumores y tengo en proceso de verificación algunos. El más fuerte es que todo esto se gestó bajo las siniestras órdenes de Porfirio Díaz.
El Inspector Fuentes volteó nervioso a las otras mesas esperando que aquello no se hubiese escuchado. Pidió otro tequila. Terrazas continuó hablando:
—Es claro que el General Corona era un opositor en potencia de Díaz. Un liberal con mucho poder…
          — Cállese de una vez. Ni se le ocurra  volverlo a decir. Como gente que sirve al gobierno no debe repetir las chismorrerías de la gente ociosa.
            —Yo le servo al pueblo, usted también.
            — Mire Terrazas estoy perdiendo la paciencia.
            —Inspector, sólo déme su autorización y un par de hombres para esclarecer este asunto.
        —Me temo que no se va ser posible, porque justo vengo a darle una buena noticia. Lo comisionan para que regrese al norte.
Sacó del bolsillo un papel, se lo entregó a Terrazas:
—Chihuahua.
—Sí. Fíjese que por allá solicitan refuerzos, no sé que tanto borlote traen: levantamientos, inconformidades, conspiraciones... Y a usted como le gusta investigar sombras donde no las hay, pues le vendrá bien el cambio.
Bebió su tequila de golpe. Se despidió estrechando fuerte la mano de Terrazas, quien sin decir absolutamente nada quedó quieto en su asiento.
—No se ponga triste Terrazas, usted va hacer lo que el mismísimo Primitivo dijo: …habitar en “otros cielos y nuevas tierras donde more la justicia”.
 El Inspector no habló más. Tomó su sombrero y salió del local saludando a algunos comensales sin dejar de sonreí. Terrazas apuró el último trago de su cerveza y se quedó mirando los resto de la espuma que, como sus buenas intenciones, se fueron desvaneciendo poco a poco…
      ( En Jalisco 1810-1910. Anecdotario del pasado desde el presente, 2010)

domingo, 31 de marzo de 2013

De La criatura del espejo a El oculista: dos traducciones!



Este mes de Marzo, que justo hoy termina, y por eso mismo no quiero dejar de registrar, con lo que me gusta hacerlo en esta pequeña bitácora personal dos noticias que me alegran y comparto a los que de vez en vez siguen esta página.






La primera que y que salió a principios de marzo mi novela La Criatura del espejo en: COREANO!! Agradezco la traducción de Cho Lim Seong y la linda portada de la ilustradora Chloe. Una belleza esta magnífica edición que espero tenga buena acogida entre los chicos coreanos y pueda, porque no, ir a firmar libros y brindar con soju!!!!!!







La segunda es la traducción al checo de mi cuento El oculista, que si bien ya había sido traducido al japonés, no deja de extrañarme que este texto vaya recorriendo su camino en idiomas tan ajenos a las lenguas romances. Además, fue publicado en unos de los suplementos culturales más importantes de la República Checa. Agradezco el trabajo de traducción a Jan Stritecky



Espero que también los checos disfruten de este texto vagabundo que se a convertido en uno de los cuentos favoritos del los lectores que gustan de mi escritura, gracias!!

jueves, 21 de febrero de 2013

Invitada a El escritor y la obra en Salamanca




El pasado 12 de febrero tuve la fortuna de charlar sobre mi poética y leer algunos textos en el Aula Magna de la Universidad de Salamanca dentro del ciclo El escritor y la obra. Esta iniciativa corre a cargo de la Dra. Francisca Noguerol, una de las especialistas  —y apasionada lectora— de las nuevas tendencias en la narrativa hispanoamericana y española. Me siento muy honrada de haber sido invitada y agradezco la participación calurosa de los estudiantes en mi conferencia. Además la ciudad es preciosa y divertida llena de historias tan terribles como bellas, tan escalofriantes como humanas, todo ello no sólo con toques grotescos o de gran arte, sino también con humor, prueba de ello este dragón comiendo un helado en un barquillo ;)






Dejo aquí el link donde el lector encontrará a otros autores que han participado en ediciones pasadas y el calendario de este año, e insisto en la valía de esta iniciativa dedica exclusivamente a mostrar lo último en la literatura escrita en español en Iberoamérica. Estimulante para cualquier escritor —ya sea sumamente mediatizado por la editoriales, de culto o simplemente ama escribir sin más— visitar está Universidad, vivir su legado:

http://elescritorylaobra.wordpress.com/2013/02/06/cecilia-eudave/

lunes, 14 de enero de 2013

La vegetariana, novela de la coreana Han Kang


El mejor libro que leí en el 2012 fue sin duda la estupenda novela La vegetariana de la escritora coreana Han Kang, fue para mí un sorpresa y un maravilloso regalo que su libro llegara a mis manos y que además la presentara en la FIL. Ahora soy su fan y no soy fan de muchos... Comparto con ustedes uno par de fragmentos de lo que escribí cuando presenté su novela. Y por favor: LEAN a esta narradora que va a dar mucho de que hablar, su libro está  traducido por la editorial argentina Bajo la luna.


La prosa de la escritora coreana Han Kang nace de una particular filosofía de vida. Desde una elocuencia lírica tan profunda como inquietante, se confirma lo que la crítica de su país natal como la internacional han destacado de esta narradora: su capacidad para mirar y describir los recovecos más oscuros del ser humano. Una prueba de ello es la excelente novela La vegetariana, donde la historia se vuelve extrañamente familiar y nos abraza para hermanarnos, para reconocernos en las tragedias de cada uno de los actores de este drama.
Con suma maestría narrativa, Han Kang estructura una trama tan compleja y sutil para evidenciar cómo sus personajes sucumben ante el dolor o el hastío mientras explotan en múltiples pensamientos perturbadores. Son seres atormentados por sus pasiones, son apenas una brisa que toca las mejillas de quienes los miran porque no quieren molestar, mientras se van consumiendo bajo una imagen social aceptada que los hostiga arrebatándoles el deseo vital. Entonces, el caos surge tan natural como necesario para los personajes de Kang. La autora los sumerge delicadamente en las aguas del sueño o de la aparente locura, para resaltar desde ahí la verdadera personalidad: la del yo asumido o elegido que debe pasar por una trasmutación fundamental, salvaje, primitiva, y así acceder a la liberación.
         La anécdota no puede ser más que inquietante: una mujer que de un día para otro decide no comer carne nunca más hasta el grado de querer convertirse en un vegetal, un árbol. El motivo: un sueño. Un sueño oscuro nacido de un subconsciente lleno de metáforas escalofriantes, íntimas, violentas. Un sueño donde ella se mira a sí misma como una asesina, ¿de quién? ¿de qué? ¿por qué? Estas son algunas interrogantes que nos iremos haciendo a lo largo del desarrollo de está novela, donde la historia se vuelve más compleja conforme descubrimos los secretos, las vidas dobles, las pasiones reprimidas de cada uno de los personajes quienes, orillados por la decisión de Yeonghye de ser  vegetariana, ven desestabilizada su existencia arraigada en la cotidianidad y la comodidad.
Si bien se ha creído que las culturas asiáticas no comparten con nosotros los “occidentalizados” un lectura semejante del mundo, Han Kang nos demuestra lo contrario, su obra es tan global, que aun en la recreación de un personalísimo  contexto coreano establece un diálogo intenso con nosotros y nos exhorta a mirarnos en las mismas pasiones. Explora la raíz de la desolación, de las reglas autoimpuestas, de los miedos más profundos, de la dispersión familiar, del maltrato genérico, del terror de asumir las perversiones aun las nacidas del arte o de las fantasías reconciliadoras; la parálisis impuesta por los sistemas enajenantes de la culturas en sus modos, en sus costumbres bajo la impertinente y certera  metáfora de una transmutación vegetal para desconectarse del pasado, de la violencia propia y ajena que genera la asfixia de no poder ser nosotros mismos orillándonos a la desolación mental. Porque, en la novela La vegetariana, la locura no es una certeza, es una ambigüedad.
Quizá después de leer esta extraña historia de la escritora Han Kang terminen sospechando, acaso sumando al estrecho concepto de las clasificaciones y sus cosas, otra manera de evidenciar el diálogo con nuestra naturaleza, llámenla humana, vegetal, animal.  Esta obra nos confronta con el mutismo más violento y radical del comportamiento social, de la responsabilidad familiar, del canon del arte, del deber fraternal o matrimonial, de la consigna de inferioridad o superioridad genérica, de los roles maternales, de la estandarización del ser, de la tristeza del pasado. Somos convidados de piedra que desde los tópicos pactados no podemos ver cuan plena es la vida en su diferentes modos de vivirla, asumirla o desafiarla. En La vegetariana no he visto sólo el mundo coreano en sus incongruencias o disyuntivas, sino a mi mundo también, y seguro se sumaran muchos otros de diferentes latitudes, porque al final  de cada uno de estos personajes la liberación está tan próxima como la esperanza. Y todos de alguna u otra manera apostamos por eso... por más inquietante que pueda parecer cualquier transformación.