jueves, 20 de diciembre de 2012

Eclipsarse.





No sé si algo tuvo que ver el elipse lunar del 28 de noviembre o sí hay eclipses personales. Así, como si uno fuera también un montón de constelaciones sin ton ni son que de pronto deciden alinearse o no, hacer pequeñas alianzas o ir contra toda predicción y dislocarnos la vida. Llegan de pronto, oscurecen todo y uno tiene la sensación de estar, otra vez, ante un inminente desastre, ante un breve pero intenso fin de mundo.
A todos nos ha pasado, esas rachas que nos hacen pensar si el karma existe, o si es una invención más para arrastrarnos con esa consigna de resignación y seguir adelante.  Sin embargo, a veces ya no queremos seguir, se vale claudicar, se vale decir: paso, y sentarnos a ver como se desmorona todo. Sin llegar a ser masoquistas es delicioso darse por vencido por unos instantes aunque sea, dejar que una Apocalipsis nos caiga encima, deleitarnos en ese desgarramiento mental, que de tan negativo apaga la luz—literalmente—, te deja a ciegas mirando un cielo eclipsado. Eres un cavernícola ancestral: solo, sin dioses, sin noción de tiempo, tan primitivo como una evocación equivocada en el contexto de la evolución de un creador intuitivo. Sientes, simplemente sientes, entonces descubres que estás más vivo que nunca y puedes ir hacia delante: se asoma un futuro mientras se despeja la negrura del eclipse.
El pasado, las cargas ajenas o ganadas a pulso, los afectos mal entrañados, la frustración, la guerra cuerpo a cuerpo desdoblada en los otros, la miseria sentimental, la mezquindad de los que se ganan todo reptando y quieren más, la condena de no saber decir no, la necesidad de agradar en la comitiva social que nos lanza al aislamiento personal, el ego desmedido de esa figuras que se autoerigen como maestros o Mesías, todo eso y más —agregue lo que quiera porque no quiero abrumarlo— que se vaya al oscuro fin del mundo, y sí, que se acabe, que se hunda en los anales de la historia, quede ahí como una fugas locura.
Es el fin de ese momento mundo.
Por eso estoy tranquila, no pienso en los mayas que anuncia el término inminente de una era, de un ciclo, de la humanidad con dimensiones catastróficas, porque el fin siempre es en realidad un principio.
Ahora que he superado ese eclipse que me hizo dudar de mi, de ti, de todos; que me lanzó al limite de un abismo cuyo fondo era tan negro como mis intensiones de no continuar adelante, me digo: esa que era yo ahora es otra, no sé si mejor, es diferente. Y ¿acaso esa Apocalipsis no es la ideal? Destruir un yo anterior, renovarse a pesar de llevar el mismo traje puesto; porque si bien no podemos mudar de piel sí de hábitos, de vida, de pensamientos e inventarnos otro mundo, quizá lleno de lo mismo, pero con esa candidez que brinda la esperanza de hacer las cosas de otra manera.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Bestiaria Vida: la costumbre de ver la vida de manera insólita...



Recientemente se celebró el 2do. Coloquio Internacional la Novela corta en México, y me siento muy contenta de que se haya hablado de mi novela Bestiaria vida en el marco de este evento. Agradezco al joven investigador Tomás Martínez su acercamiento a mi texto, así como los buenos comentarios que he recibido acerca de esta historia que a muchos les parece familiar. 

Sin más dejo el link para que lean esta aproximación analítica. Gracias a todos los lectores de esta novela un tanto inusual, un abrazo :

http://www.lanovelacorta.com/ponencias2coloquio/mesa5/JuanTomasMtz_Eudave-Bestiariavida.pdf

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Donde habita la añoranza.





Hace unos días decidí hacer un pequeño recorrido por los lugares de mi infancia. Quizá, como dicen, cuando uno entra a otra etapa de vida el recuerdo del ayer se vuelve más fuerte, las imágenes del pasado se visualizan con más detalles, aquello  olvidado de pronto aparece así, sin avisar, despertando una nostalgia que no puede pasar desapercibida. O qué sabe nadie por qué nos entra ese deseo de estar donde antes hemos estado…
Una emoción particular, de esas que provocan mariposas en el bajo vientre, se suscitó en mí y decidí ir a la vieja colonia —yo viví en los 70 en la Moderna, los que conocen Guadalajara ubicarán inmediatamente ese pedazo de historia—.  Comencé a evocar la calle de Francia con sus viejos árboles de tabachines, las aceras amplias, la pequeña glorieta al final de la calle con una palmera gigantesca desentonando con el resto de la vegetación. Todos decían que estaba ahí porque sobró de la glorieta mayor —rodeada de palmeras—, con una fuente  portentosa y era el símbolo de la colonia. Recordé, a su vez, la tienda de la esquina de la calle de Alemania, a unos cuantos metros de la casa de Agustín Yañez, donde en ese tiempo vivía una familia —nunca supe si parientes o no del escritor— y tenían una hija extraña, nunca llegó a ser mi amiga porque yo me negué a decapitar a mis muñecas cuando ella me lo pidió. También repetí mentalmente la ruta  que hacía a pie todos los martes y jueves para tomar mis lecciones de piano en la calle de España, y cómo alguna vez desafié a mi madre y salí de los linderos de la colonia para llegar hasta Chapultepec.
Caí en la cuenta, que pese a vivir muy cerca del Canal 4, de  convivir con esa inmensa antena rojiblanca, que se sembró ahí como un árbol más y jamás perturbó nuestro paisaje —de noches sus luces nos recordaban siempre la Navidad—, nunca estuve en ningún programa en vivo. Ni cuando Chabelo o Cepillín fueron hacer un show especial a la ciudad. Tal vez tener tan próximo algo te impide desearlo verdaderamente, talvez si no se hace la inmensa travesía para llegar al lugar ansiado no tiene ninguna recompensa, qué sé yo: nunca fui o nunca quise ir. Sólo disfruté la programación matutina sin perderme nunca un capítulo de Señorita Cometa, Monstruos del Espacio —aterrorizada por Rodak y los Uyuyuy— y  por supuesto el mejor de todos: Astro boy.
La casa de infancia siempre es recurrente en mis sueños: grande, con dos patios al fondo, con un jardín lleno de flores y plantas, junto a esa chayotera que puso mi nana e invadió todo. Mi recámara circular que daba a la calle con ese balcón tan peligroso como sugerente, con esos ventanales hasta el piso, con esa arquitectura de los cincuenta que aún ahora persigo con los ojos cuando voy a cualquier parte. La escalera de piedra negra tan moderna con ese techo alto, con un tragaluz que de lada un halo de pasadizo a otra dimensión; la sala vetada para los niños porque ahí había toda clase de aparatos electrónicos para oír música, inmensos como los robots de los libros de Ciencia ficción que leía mi padre en el solar. Sí, fui ahí muy feliz entre mis perros y la boa de la vecina—la compraron para acabar con los roedores— a la cual nos acostumbramos todos y la veíamos pasar silenciosa, o la descubríamos camuflada entre el árbol de guayabas y el arrayán. Nunca nos atacó, incluso la llegamos a tocar —fría como un pedacito de hielo en el verano—, pero desapareció de pronto, tal vez alguien ajeno a nuestro pequeño espacio de convivencia la mató amenazado por su enorme boca. 
Ahora que lo pienso todos éramos excéntricos en esa calle. Los viejitos que se sentaban en el portal de su casa para vigilar sus rosales, siempre bebiendo refrescos de limón y pastitas de almendras, o la vecina de enfrente una solterona llena de criados varones. Todos nos llegamos a conocer muy bien, cuatro casas de cada lado de la acera, cuatro casas condenadas como nosotros al paso del tiempo. Cuatro casas que vieron morir a los viejitos, a la vecina gritona, a la boa —seguramente—, a mis fox terrier. Cuatro casas, una frente a otra que observaron como se desquebrajaban sus muros, se oxidaban sus tuberías, se avejentaba sin perder el glamour de casas modernas. Ellas se quedaron ahí, no pudieron marcharse cuando lo inevitable pasa, cuando la decadencia se aproxima orillándonos a migrar a espacios más nuevos.
Y toda esa añoranza de ir a revivir esos recuerdo me pegó de golpe en todo el cuerpo. Me trajo sensaciones, aromas e imágenes sucesivas, en carrera vertiginosa por volver a sentir, aunque fuera un instante, aquella niñez.  Me subí al coche, arranqué como si llevara alguna urgencia postergada por mucho tiempo. Conduje con esa felicidad que provocan los encuentros anhelados. Pero finalmente no llegué a mi destino. Me detuve unas calles antes cuando desde lejos vi que la glorieta mayor ya no tenía palmeras, la fuente estaba apagada, las casas de las calles colindantes era tiendas u oficinas. El ruido del tráfico era feroz y la gente ya no miraba a la otra gente. Doblé en la esquina y regresé a casa, no quería que mi recuerdo ahora tan vívido, tan tangible en mi memoria encontrará uno nuevo ajeno al pasado que yo quiero preservar.
Ahora entiendo porque nunca fui a ningún programa en vivo al canal 4, porque siempre rehúyo  a las certezas cotidianas: me gusta imaginar. Y no importa si restituyo el pasado de otra forma, o me aferro a mirar otro presente, o voy tejiendo un futuro nada probable: me gusta imaginar.  Y ahora imagino que esa calle donde habité mi infancia sigue suspendida tal como la recuerdo, como un paréntesis melancólico en medio de la inevitable decrepitud de los hombres, de las colonias, de las ciudades…

lunes, 29 de octubre de 2012

Un lunes para otro lunes.





Generalmente odio los lunes, salvo si son días de asueto o caen en vacaciones, fuera de eso los lunes me parecen desagradables, no me fío de ellos y la mayoría de la gente está de mal humor. Como no soy adicta al trabajo y llevo una vida familiar tranquila, tampoco me representan esa anhelada orilla salvadora que me asila del mundo al devolverme a la rutina laboral. Ciertamente la palabra lunes fonéticamente es bonita, tiene cadencia, etimológicamente hace referencia a la luna: el día de la luna; más todo ello no es suficiente, tal vez por eso yo me pongo lunática —tengo serias tendencias a la locura—, intratable y de un humor opaco que trasciendo al negro.
Los odio en serio, aunque ahora un poco menos gracias a mi reciente entrada al mundo espiritual de manejo de energías —siempre con ojos escépticos— y a una colección de literatura tan curiosa como bella que se llama:  Lunes. ¡Ah ironías de esta vida que me pesa tanto! No iba a comprarla debo admitirlo, la sola idea de tener entre mis libros, no un texto, sino una colección de relatos bajo esa denominación me parecía un flagelo mental nada apetecible. Pero lo que no mata fortalece, decidí curarme en salud, adquirí los treinta y un títulos junto con una caja roja lindísima. Eso y que la vendedora me aseguró que ya no había más colecciones completas, solo ejemplares sueltos, no de todos los autores: “los más raros ya no se consiguen”. Mmmm, caí, pues me fascina la idea de tener objetos del deseo, sobre todo si otros no pueden tenerlos, sí, a pesar de la apelación nefasta.
Para mi grata sorpresa este lunes fue una fiesta, resultó que es la reproducción facsimilar de los cuentos originales editados por Pablo y Henrique González Casanova de 1944 a 1947. Tenía ante mí relatos que pertenecían a la generación de la primera mitad del siglo XX, mayoritariamente mexicanos, muchos de ellos desconocidos no por falta de calidad, qué sabe nadie por qué razones de extrañas o editoriales, mismas que no indagaremos en esta ocasión pues sería motivo para otra columna. Siempre he dicho que es azarosa la vida de cualquier libro, mucho más la de un escritor.
Cada relato o conjunto de ellos viene acompañado con las viñetas originales de grabadores de la época, que en esta reimpresión de facsímiles del 2005 publicados por la UNAM con todo el cuidado de los primeros editores, siguen conservando su calidad gráfica. Me sentí afortunada no sólo por el libro en sí sino por el patrimonio cultural resguardado en este conjunto de cuentos.
Una vez que los tuve en casa, que repasé todos los títulos, los hojee con ese encanto que tiene algo viejo —aunque en realidad sea un añoranza reproducida en lo moderno—,recordando que estoy en esto de las energías, de cómo se van o se renuevan, te fortalecen o te destruyen, te sanan o te enferman, decreté algo: cada lunes voy a leer un volumen, cada lunes voy a iniciar la mañana, la semana, evocando la literatura que ahora nos hace ser o escribir. Cada lunes voy a cambiar ese deseo de evaporar ese día, de desintégralo y mandarlo a orbitar a otra galaxia, por el gusto de levantarme preparar mi té, tomar en orden —cosa que no suelo hacer— cada uno de esos relatos para disfrutar, aunque sea una hora, del penoso lunes.
Así, desde ese día a la fecha he llevado conversación privada con el hasta ese momento desconocido para mí Pablo Dolores Ake, que emuló a Quevedo con su relato Nuevo cuento de cuentos,  con Francisco Roja González cuya Celda 18 bien pudo evocar a Revueltas a escribir su famoso El apando. Ah, La casa del grillo de Alfonso Reyes que me devolvió cierto recuerdo de infancia al leer como se nombran los dedos de la manos, evocando a mi abuela, siempre divertida, enseñándomelos. A Descubrí al escritor chileno Luis Enrique Délano con Un niño en Valparaíso, cuya creación de atmósferas para el manejo de las emociones me dejó abrumada. Y cómo me divertí, de hecho me hizo el lunes completo El Dr. Fu Chang Li, de un autor del que no tenía conocimiento Octavio G. Barreda; también me deleité con un cuento tan atípico como vanguardista de Mariano Azuela: El jurado.
La lista continua, pero mis lunes de lunes —no puedo creer que lo este diciendo “mis lunes de lunes”— van por el número 11, y estoy emocionada  porque me falta más de la mitad,  sí, este año se verá salvado de tan nefasta intervención semanal. Además compruebo la sabiduría popular, modificándola un poco, pero el lector de esta columna entenderá a que me refiero al decir: un lunes saca otro lunes.


miércoles, 3 de octubre de 2012

Fuera de lugar de Pablo Bresica

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Recientemente presenté el nuevo libro del escritor argentino Pablo Brescia Fuera de Lugar, texto publicado en Perú por Borrador Editores y que ha tenido muy buena aceptación entre el público, no sólo peruano, sino mexicano también. Aunque el libro no circula en la librerías locales, pueden adquirirlo por Internet. A continuación dejo algunas impresiones que destaqué del libro de Brescia y su excelente prosa:

Fuera de lugar es un libro poderoso donde las anécdotas varían pero las preocupaciones permanecen como visitantes reincidentes en las 12 historias que integran el volumen dividido en dos partes: Lugar y Fuera.  No puedo evitar mencionar que los relatos que componen Lugar, se ubican ya desde el subtítulo como una insinuación a la búsqueda y reafirmación de lo propio desde el territorio alienante de los Estados Unidos. Al no encontrar un espacio físico en el cual depositar y conservar sus orígenes, su historia cultural o familiar, los personajes —a pesar de interactuar con los locales—, construyen universos paralelos para subsistir, para desde la inventiva recrear lugares concretos y habitarlos: un libro, un hotel, un auto, o abstractos: un recuerdo mortificado, una imagen fantasmagórica, una tienda imposible. Este libro nos demuestra en la prefiguración del espacio y en la configuración de sus personajes, que el gran tema de la literatura no es ya la aventura del hombre lanzado a la conquista del mundo exterior sino la aventura del hombre que explora los abismos y cuevas de su propia alma. De ahí que la segunda parte, Fuera, mediante esa ironía sutil que no alza mucho la voz porque se filtra serena y certera entre las  historias de Pablo, se presente como el reclamo de estas almas abismadas o al margen de la existencia en esa necesidad de ser tomadas en cuenta. Y tocan todas las puertas posibles desde sus desgracias, desde sus batallas personales, sin justificarse, sin hacer proselitismo, sólo se muestran y buscan un “lugar”.
En su conjunto, los relatos de Pablo Brescia están llenos de detalles, de referencias intelectuales e intertextuales, con francos  homenajes a los escritores que nutren sus historias como Raymond Carver o David Foster Wallace, ofreciendo al lector diferentes niveles de lectura, de placer. Brescia se adentra en los desafíos, en los laberintos evocativos y reta a su lectores a deducir en el juego. Pero no se crea que todos los cuentos son una delirante puesta en escena de la erudición de Brescia o de su crítica ácida hacia los Estados Unidos desde la perspectiva de emigrado; no, este conjunto de relatos es también apuesta a narrar mundos propios, donde los personajes van en busca de refugio para encontrarse consigo mismo. Donde la prosa depurada, fluida, acaso melancólica a momentos, nos conduce con cautela, pero sin escatimar en recursos literarios, sin omitir la sorpresa, sin dar una vuelta de tuerca al lugar común, a la emoción reprimida o violentada. Fuera de lugar, nos ubica, curiosamente, en un lugar: el de la reflexión, para decirnos que se transita no solamente en lo otro o por el otro, sino en la palabra, única vía de comunicación posible entre el recuerdo y la vida imaginada, ahí donde nunca estamos fuera de lugar.

Para saber más sobre Pablo Brescia vista su blog: http://pablobrescia.blogspot.mx/

martes, 28 de agosto de 2012

Nada es lo que parece



Recientemente recibí por correo un libro publicado por la UNAM en este 2012 que me ha dado un gusto enorme. El título de dicho volumen: Nada es lo que parece: estudios sobre novela mexicana, 2000-2009, editor Miguel G. Rodriguez Lozano. Cual fue mi sorpresa: estar incluida entre los análisis que hacen de la novela de la primera década de este incipiente siglo con mi libro Bestiaria Vida.  Sí estoy muy contenta y lo comparto.

Aquí dejo el comentario de la contraportada para abrir el apetito a los lectores y vayan a comprarlo:

Nada es lo que parece en literatura y mucho menos en la narrativa mexicana de la primera década del siglo XXI. Formas y temas diversos convergen en un período que no es fácil atrapar, pero que es necesario estudiar a fondo. Los trabajos de este libro reflexionan sobre algunas de las obras publicadas entre los años 2000-2009, con el fin de tener una visión de los proyectos estéticos y la pluralidad de tendencias que subyace en el mercado editorial de México.Los estudios que conforman esta obra muestra, a su vez, distintos modos de acercarse al fenómeno literario, sobre todo en cuanto novela se refiere. Es un intento mínimo por comprender la creatividad de autores como Luis Humberto Crosthwaite, Rosa Beltrán, Cecilia Eudave, Guillermo Fadanelli, entre otros. Si en efecto nada es lo que parece, el libro que el lector tiene en sus manos es una excelente guía para adentrarse en los interminables caminos de lo posible.

domingo, 5 de agosto de 2012

Hiperbrevemente hablando (video)






Comparto con ustedes el video integro que realizó Max Tomsen apropósito de mi participación virtual en el encuentro de escritores de minificción Ciudad Mínima en Ecuador. Gracias Max y a los organizadores del encuentro. El texto que acompaña el video ya había sido publicado, contiene lo que opino sobre este ejercicio literario que me apasiona y gusta tanto.
Aquí el link:

http://www.youtube.com/watch?v=leP04h5deVQ






martes, 10 de julio de 2012

El Endemoniado mundo de Cecilia Eudave




En días pasados Carlos Rosas  me  entrevistó para hablar de mi  narrativa, pero sobre todo de mi trabajo con la trilogía de la Dra Julia Dench, el resultado fue una divertida entrevista que muestra un poco el mundo en que vive mi imaginario. Dejo aquí el link y espero la disfruten:

http://issuu.com/mileniodiariojalisco/docs/visor8julio

viernes, 22 de junio de 2012

La sangrienta belleza…




Cuando terminé de leer el ensayo que la poeta argentina Alejandra Pizarnik escribió apropósito del libro La condesa Sangrienta, de Valentine Penrose, basado en la vida de la Erzébet Báthory  que supuestamente asesino a 650 jóvenes, quedé atrapada en una puesta en abismo, donde ahora yo, quería hablar del ensayo de Alejandra Pizarnik quién deambuló por libro La condesa sangrienta, elucubrado o alucinado por Valentine Penrose,  de la vida de una aristócrata demente y cruel llamada Erzébet Báthory que aseguran mató a 650 jóvenes para conquistar la juventud.  Quizá por la sensación claustrofóbica que me produjo entre líneas la prosa de Pizarnik al hablar de cómo otra mujer interpretaba la existencia de una mujer extremadamente singular, que vivió en el medioevo un mundo subterraneo, imposible de abarcar sino se sumerge uno un poco en la locura o en la idea de mitificar.
     ¿Abigarrada?, no puede ser de otra forma la demencia de la belleza extrema, sí esa que sólo goza el que la produce, el que la consume, el que la disfruta porque en ella encuentra el espejo de sí mismo. Terrible es, ciertamente, matar, descuartizar, torturar, bañarse en sangre, desollar; insólito parece que pudiera tener cómplices y hasta facilitadores para el sadismo, e increíble resulta que alguien pueda hablar de ello concentrándose exclusivamente en “la belleza convulsiva del personaje”.
     Entonces me pregunto ¿por qué nos atrae el abismo del otro? ¿Por qué nos seduce el mal evocado, no el del demonio cuya naturaleza es esa, sino la del hombre, cuya naturaleza se domestica para asemejarla a los buenos dioses? ¿Por qué abrimos los ojos, desmedidamente, ante la perversión del otro y despertamos de nuestro apático vivir?  ¿Por qué, morbosamente, nos deslizamos sin emitir sonidos para observar la palidez legendaria de una condesa que vivió entre sombras, con sus ojos dementes, con “los cabellos del color suntuoso de los cuervos?
     Me quedo perpleja, me asusto también, dándome cuenta que no es morbosidad lo que me acerca al personaje y a quienes hablan de él, sino todo aquello que le rodea, todo ese artificio, esa elegancia cruel, esa sofisticación  de un sadismo construido en el más puro egoísmo, en el más pleno deleite personal. Y tiemblo, porque al mirarla, o mirarlas (ya en el juego especular todas se vuelven imágenes unísonas de un salón de espejos), me sumo a esa “sombría ceremonia […] de espectadora silenciosa.” Sí, aquí el silencio es reiterativo y hasta obligatorio, porque si digo algo me comprometo, me identifico…
     Repaso lentamente cada fragmento de la historia recompuesta, cada imagen que devuelve la poesía ahí donde por pudor no debería haberla. Soy seducida y defino su melancolía: no saber distinguir ya el adentro del afuera. No encontrar los límites, no desearlos más, o quizá, no necesitarlos porque ya no hay más ojos ni voz que los propios. No existe quien juzgue, no existe simplemente nadie más.  ¿Será la verdadera libertad entre los otros?
     Pero ni Pizarnik ni Penrose ni yo, debo asumirlo, admitimos una simpatía abierta  después de imaginar la vida de una condesa repleta—otra vez de ese maldito— “silencio constelado de gritos en donde todo es la imagen de una belleza inaceptable”. Y con la cabeza baja aceptamos la sentencia final del ensayo de Alejandra: “Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible”.  Con esa frase cruel, como un grillete al cuello, en el calabozo hostil de una sociedad puritana y caprichosa, nos vamos a dormir libres de todo espanto…

lunes, 18 de junio de 2012

Reflexión sobre mi insomnio.

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No sé si es buena idea conjurar al insomnio para dejar de tenerlo. No sé si es acertado pensar que el insomnio ayuda a crear bajo el efecto de una somnolencia semejante, desde mi punto de vista, a un transito casi fantasmal entre el tiempo y el espacio.  Quiero decir con ello que deambulamos por donde mismo, haciendo lo de siempre, sin tener conciencia plena de hacerlo o de estar. No somos vivos, ni estamos muertos. No somos ánimas, parecemos, vagando silenciosos, enmudecidos, como si nuestros ruidos insultaran el sueño del otro, la razón del otro o el triste deber de ausentarse unas horas de la modesta vida.
Quizá ellos no entienden, no en ese momento, que su finísima sombra —y aquí tomo prestadas las palabras de Borges— “ha sellado los espejos que copian la ficción de las cosas”, y sin nada que las represente con certeza, vamos cayendo en la duda de todo, incluso de si estoy soñando mi insomnio. Las divagaciones son parte de este estado melancólico, cuidado si se prolonga, puede llevarnos habitar entre intersticios, asomándonos a medias entre la vigila caprichosa y la dureza diurna. De cualquier manera es duro estar con sueños, de sueños, bajo los sueños, por los sueños, como sueños, entre sueños, sin sueños…
Cada cual tiene su insomnio —como una vida— y lo lleva como puede, acostados en la cama dando vueltas a un cuerpo que tal vez ya no quiere ser tuyo. O leyendo con los ojos enrojecidos historias inventadas por las pupilas, que no pueden retener las oraciones y engañan al cerebro con relatos que al día siguiente se desvanecerán. Es posible que todos esos falsos recuerdos sobre lecturas, de autores concretos, nunca se escribieron en realidad y se gestaron en las penumbras de algún insomnio lector. Se puede vagar por la calles, también, como un centinela proscrito observando al caminar otros paisajes acaso los verdaderos; beber una copa tras otra para emborracharlo, sin doblegarlo, pues sigue ahí como una puerta abierta que deja pasar a todos y a todo.
Entonces, sin remedio, tomamos más conciencia de las cosas porque estamos con nosotros mismos, sin intrusos, sin rutinas, sin el reconfortante sonido de los otros. Solos, entre pensamientos diluyéndose en cavilaciones, en reflexiones obsesivas o convulsiones mentales. Recomponiendo cosas, situaciones y pasados irremediables poniendo a prueba la cordura de una vitalidad lejana. Sí, el insomnio me inquieta, como te inquieta aquel que sabe nombrarte a pesar de tus múltiples máscaras, de tus infinitos uniformes, ese que te llama y sin remedio le respondes. ¿Qué nos dice? ¿Quién lo escucha? ¿Quién desea ser nombrado para exorcizar de una vez a sus demonios?
Qué sabe nadie, hoy escribo bajo los efectos de su sombra, bajo la nostalgia de un ayer donde los hombres sólo iban a dormir, sin exigirse nada más que un sueño tranquilo disolviéndolos en la realidad de la noche.

miércoles, 13 de junio de 2012

Lo cotidiano, maravilloso...




Mientras rebuscaba en mi cabeza, entre mis libros alguna idea para esta columna, me di cuenta que debía poner en orden mis libreros porque nunca localizo nada cuando lo estoy buscando, y porque la verdad, ya están hechos un caos donde hay  más  libros sobre libros. Eso hacía cuando di con un apartado escondido —por supuesto al fondo— de pequeños volúmenes, de diferentes editoriales, todos dedicados a temas de la cotidianeidad o por lo menos a mí así me lo parecen.
Ocupada en otros menesteres de la vida había olvidado cuanto me gusta leer y recolectar este tipo de lecturas. Lecturas que me hablan de los placeres sencillos de la vida cotidiana, de los conflictos que tenemos con los objetos que usamos a diario y las reflexiones sobre cómo aprovecharlos mejor. Y ahí estaban esos bellos tratados sobre el té, las frutas exóticas o el desayuno. Otros tantos sobre el arte de matar moscas o los inagotables beneficios de la siesta, uno más sobre los zapatos. Encontré, entre el desorden, un hermoso ejemplar sobre La melancolía de los sastres de  Charles Lamb, quién además habla, en ese mismo texto, de los borrachos, los mendigos, para luego dedicar su prosa a la porcelana, un delicada visita a los oficios–vicios, digo mendingar también tiene su arte. Para luego detenerme en Elogio de la mano de Henri Focillon, una emotiva evocación al gusto por las manos, que más allá de un fetichismo fallido, el autor se centra en evidenciar la importancia de esta parte de nuestro todo, punto fundamental de sus intereses, confiriéndoles una independencia maravillosa, como Borges a sus objetos favoritos en aquel poema, homenaje a todos ellos, cuyo nombre no recuerdo (upss!!). Debe disculparme el lector, recuerde que estaba en medio de un montón de polvo y libros, caos personal, anonadada por un descubrimiento, que no era tal, ya sabía de sus existencia, pero que resultó serlo pues todo lo que se olvida y luego se recuerda es un presente renovado.
Cabe decir que en cuanto comencé a releer El arte de ponerse la corbata de M. Émile, Barón de l’Empesè, claudiqué a todo intento de hacer limpieza y en medio de un caos, a un mayor, me abandoné a la lectura de ese librito maravilloso con láminas de época (1832). Así que sin más, ya sé de corbatas collar de caballo, corbata a lo Birón o sobre la corbata sentimental.  Descubrí la corbata matemática, la perezosa, la calavera, la criminal, la americana, la rusa.  Todo un manual para el caballero refinado en el vestir pero sobre todo que sabe llevar una corbata. Obra que las mujeres debemos leer también pues no podemos permitir que él vaya por ahí haciéndose el sentimental cuando debería llevar una corbata con nudo a la Fidelidad si es casado. Divertidísimo.
Así me di cuenta de lo maravilloso de lo cotidiano, que asalta al hombre repentinamente —limpiando libreros, por ejemplo—, restableciendo su asombro ahí donde pensábamos que ya no estaba: en la escoba, en la mano, en la corbata, en el desayuno, en el aroma del café, del té o el chocolate Por ello no puedo dejar de lado a Balzac con su pequeño Tratado de los excitantes modernos donde cuenta los experimentos ingleses a los que fueron sometidos ciertos prisioneros, obligando a uno a llevar un dieta sólo de chocolate y a otro sólo de té. Los resultados son por demás “fantásticos”. Sí, lo maravilloso de lo cotidiano es el estimulante más poderoso, quién no quisiera escribir una historia después de tan sesudas y extravagantes cavilaciones. Esto me lleva a pensar que en la realidad, a la cual siempre incomodamos, hay más de un intersticio por donde pasa la ficción de la vida, esa que es la suma de todos nosotros.




domingo, 15 de abril de 2012

Qué motiva una historia.





Comparto con ustedes un texto que escribí para mi columna mensual Qué sabe nadie en La jornada Aguascalientes, en la que hablo sobre Cómo escribir un historia. Claro, desde un punto de vista muy particular después de que alguien me preguntara (una vez más) de dónde saco todas esas historias locas, qué o quién motiva toda esa imaginación desconcertante, esa inquietante narrativa. No contesté en ese momento como me hubiera gusta hacerlo, pero ahora lo hago, y lo comparto con ustedes también. Sigo en el camino aunque aquí me asome de vez en vez...


Dejo aquí el link:  http://issuu.com/jornadags/docs/guardagujas49

domingo, 11 de marzo de 2012

La mano imaginada



Una mano es una mano. Una mano autómata es doblemente mano porque se piensa y se crea. Si es pensada es deseada, si se crea necesitada. Todo aquello que se levanta desde la imaginación nos restituye como seres posibles... (Éramus Acci )