miércoles, 17 de abril de 2013

El asesinato del General Ramón Corona, cuento de Cecilia Eudave






                              

Terrazas miraba el fondo del vaso con los restos de la espuma de la cerveza. Había tomado dos, quizá tres, perdió la cuenta esperando al Inspector Francisco Fuentes. Ni siquiera sabía bien por qué lo cito ahí, ni qué iba a decir. Pero tenía que hablar, no estaba de acuerdo con nada, ni con las notas de los gendarmes, ni con el forense, ni con los doctores que atendieron al General Corona, ni con el cómo se manejó el caso desde un principio. Ahora, pensándolo bien, debió quedarse en el norte, allá en Ciudad Juárez o aceptar su comisión a Chihuahua y no a Guadalajara. Mala hora aquella en que escuchó a su esposa decirle que un cambio de aires y de temperatura le ayudaría al estómago, a su frágil digestión. Nada, todo se había empeorado, la salud, el dinero y para colmo verse involucrado en una asesinato tan absurdo como el carpetazo que le dieron al asunto.
Pidió otra cerveza y miró su reloj: “No va a venir”. Sus compañeros le advirtieron que el Inspector Fuentes estaba buscando un asenso desde hacía tiempo y que no iba a permitir que un norteño, necio y con poca experiencia, le viniera a arruinar la vida. Pero qué le va hacer, es hombre de ideas fijas y esto del asesinato de General le huele mal. Si él no hubiera estado ahí. Si ese domingo diez de noviembre no le hubiese tocado hacer ronda junto con el Inspector, no estaría ahora bebiendo una cerveza tras otra para encontrar la forma de sacarse la imagen de Primitivo Ron, tirado en la calle, envuelto en su propia sangre que le salía a borbotones del pecho, del estómago. Porque a él le tocó ver esta escena y no cuando se llevaban al general y a su esposa. Sólo le dijeron: “Quédate aquí éste es el asesino”. Y le costó trabajo cree que, ese sujeto con los ojos entreabiertos y la expresión llena de sorpresa, como si no esperara la muerte, se había suicidado después de asestar con violencia varias puñaladas por la espalda al General Corona y otra a la esposa que intentó auxiliarlo.
Terrazas recuerda bien que quiso dejar a un par de gendarmes ahí junto al cuerpo de Primitivo Ron, el supuesto asesino, para integrarse a las pesquisas y ayudar a trasladar al General a lugar seguro. Pero no, a él le tocó esculcar al muerto, revisar  sus bolsillo, identificarlo. Sintió lástima de aquel muchacho de no más de veinte años, mas todo se puso peor cuando dio con un papel mal trecho que resultó ser una nota suicida. Nota que le impidieron leer en ese momento y se llevaron como evidencia para estudiarla en un lugar  más adecuado. Luego sólo se le ordenó inspeccionar todo el perímetro, localizar testigos, pistas u alguna coordenada para esclarecer el asunto. 
Se aplicó en serio, recolectó todo cuanto creyó necesario registrándolo y guardándolo según el protocolo. Nunca abandonó el lugar del delito ni perdió detalle de la escena hasta ya entrada la noche. Después con sumo cuidado y atendiendo a cada detalle escribió su reporte. Cada evidencia, acompañada de una lectura detenida y minuciosa, concluyendo que aquello no fue el arrebato de un loco en solitario, sino un complot para asesinar al Gobernador de Guadalajara con alevosía. Orgulloso estaba de buen trabajo, pero cuál va siendo su sorpresa, le dieron carpetazo al asunto, desestimaron sus informes y su apelación cuando se opuso terminantemente a ello.
—¿Sigue con lo mismo Terrazas?
Era el Inspector Fuentes que mientras se sentaba en la mesa  pedía un tequila.
—Inspector, pensé que ya no venía.
 —Estoy aquí porque quiero dar por terminado este asunto.
—Usted sabe que esto no es como las instancias oficiales lo manejan.
—¿Ah no? Entonces vamos a desacreditar a hombres tan ilustres como Don Luís Pérez Verdía que de puño y letra redactó el suceso. O a desestimar también a el Licenciado Zuno todo porque usted dice que entrevistó a un muchachito, pintor en ciernes, que dijo ser testigo presencial, ese tal…
 Gerardo Murillo, Inspector.
—Que además por lo que sé está desaparecido. Y que seguramente buscaba sus cinco minutos de fama, y pues no le salió el asunto, así que como buena rata de refundió en su agujero…
—Pero, no sólo es lo del testigo. Sino los dos hombres misteriosos que acompañaban a Primitivo Ron y que se presume fueron los que lo apuñalaron.
—Terrazas, ¡Por Dios! Entre en razón, no hay ningunos hombres misteriosos, el asesino se suicido.
 —Inspector, con toda la consideración que me merece, ¿quién puede creer que alguien después de darse una puñalada en el corazón, pueda darse otra y luego herirse en el estómago? Eso es imposible.
—¡Ah, entonces usted sabe más que los médicos forenses!
—No digo eso, sólo le pido que me permita argumentar mi punto de vista.
—Terrazas, ¿qué no ve? Quedan claros los motivos del horrible caso en la nota suicida de Ron: ¡Qué muera el General Ramón Corona. Que muera para que escarmienten todos los Gobernadores de los Estados de la República y todos los gobernadores del mundo. ¡Qué sea esto para escarmiento y felicidad de muchos Gobernadores presentes y futuros! Pero venga, argumente  lo irrefutable…
Sin mucho convencimiento y bebiendo de golpe su tequila Fuentes acepta escuchar la versión de Terrazas.
—Mire, Inspector, retomemos el supuesto manifiesto suicida. No me trago eso de que él lo escribió. A ver, se sabe que Primitivo fue director de una escuela en Mezquitán, y si bien recuerdo, porque lo investigué, fue retirado de su cargo por violaciones al laicismo legal. Por eso me pregunto ¿Cómo un director de escuela tiene faltas de ortografía? Además están las innumerables referencias cultas, Inspector, ¿Cómo alguien que escribe mal puede citar con precisión y dar esa referencias a autores clásicos? Y ¿no le parece extraño que Primitivo tuviera todos los detonantes posibles para la locura y que además él los enumerara como causas de su falta de apetito por la vida? Acuérdese: sufrió intensamente desde su niñez; era despreciado por las mujeres, burla de su parentela, de sus amigos, no se le reconocía su talento, ni lo tomaba en cuenta, entre otras cosas… Demasiado, ¿no cree?
—Ser despreciado por las mujeres enloquece, Terrazas. Usted es bien parecido y no sabe de eso pero ese pobre muchacho… Además, el general si lo tomó en serio, lo escuchó y le dio trabajo de gendarme. Mal agradecido, Dios lo pudra en los infiernos…
—Ahí otra inconsistencia, Inspector. ¿Cómo un Gobernador iba a recibirlo, escucharlo y darle empleo con asuntos más importantes por despachar?  Poco probable. Y si fue así ¿quién de su oficina lo permitió? Nadie me ha sabido contestar esta pregunta.  Por otra parte,  si Ron lo quería matar, ¿por qué no fue ahí, lo tenía muy próximo? ¿Por qué espero, si total él deseaba quitarse la vida, qué más daba ser obra de él o de los guardias del palacio de Gobierno?
—¿Cómo saber los razonamientos de un loco? Terrazas, ubíquese…
—Yo no creo que estuviera loco de remate, fue un chivo expiatorio en todo esto… Inspector, es cosa de atenerse a los detalles, nada tiene sentido. ¿No le parece extraño que se le de el puesto de gendarme a un ex director de escuela? ¿Quién podría sospechar de un hombre que vigila la ley? Y ¿por qué no tenía compañeros de ronda? Además ¿quién le dio el itinerario del general y su esposa? ¿Cómo sabía que ese domingo iría al teatro? Luego están las incongruencias del lugar donde fue atacado. Los croquis son confusos, Inspector. Mi versión coincide con la del muchacho Murillo:  acuchillan al general en la calle de la Maestranza y a Primitivo Ron en la esquina de ésta y la calle del Carme…
—Terrazas, ah ver, no cambie las cosas, Ron se suicida, no lo asesinan.
—Yo sólo me atengo a los hechos, son las evidencias, las pruebas, los detalles los que cuentan otra historia, son ellos los que contradicen la versión oficial.
—¡Ah, qué Terrazas! Y según usted ¿cuál es la verdad?
—No me atrevo a asegurar nada todavía… Pero corren rumores y tengo en proceso de verificación algunos. El más fuerte es que todo esto se gestó bajo las siniestras órdenes de Porfirio Díaz.
El Inspector Fuentes volteó nervioso a las otras mesas esperando que aquello no se hubiese escuchado. Pidió otro tequila. Terrazas continuó hablando:
—Es claro que el General Corona era un opositor en potencia de Díaz. Un liberal con mucho poder…
          — Cállese de una vez. Ni se le ocurra  volverlo a decir. Como gente que sirve al gobierno no debe repetir las chismorrerías de la gente ociosa.
            —Yo le servo al pueblo, usted también.
            — Mire Terrazas estoy perdiendo la paciencia.
            —Inspector, sólo déme su autorización y un par de hombres para esclarecer este asunto.
        —Me temo que no se va ser posible, porque justo vengo a darle una buena noticia. Lo comisionan para que regrese al norte.
Sacó del bolsillo un papel, se lo entregó a Terrazas:
—Chihuahua.
—Sí. Fíjese que por allá solicitan refuerzos, no sé que tanto borlote traen: levantamientos, inconformidades, conspiraciones... Y a usted como le gusta investigar sombras donde no las hay, pues le vendrá bien el cambio.
Bebió su tequila de golpe. Se despidió estrechando fuerte la mano de Terrazas, quien sin decir absolutamente nada quedó quieto en su asiento.
—No se ponga triste Terrazas, usted va hacer lo que el mismísimo Primitivo dijo: …habitar en “otros cielos y nuevas tierras donde more la justicia”.
 El Inspector no habló más. Tomó su sombrero y salió del local saludando a algunos comensales sin dejar de sonreí. Terrazas apuró el último trago de su cerveza y se quedó mirando los resto de la espuma que, como sus buenas intenciones, se fueron desvaneciendo poco a poco…
      ( En Jalisco 1810-1910. Anecdotario del pasado desde el presente, 2010)