jueves, 2 de enero de 2014

Cuento "El ascenso" versión en inglés y español





Deseando que tengan todos un 2014 espectacular y lleno de muchas cosas buenas y geniales, les obsequio a los que quieran leer el cuento de ciencia ficción que he escrito "El ascenso", que ha sido traducido al japonés y ahora al inglés. Al final de texto en inglés viene la versión original en español en el mismo sitio web "Palabra Errantes".  Agradezco la traducción al inglés de Ellen Jones!!!! Espero lo disfruten. Feliz año!!!

Aquí el link: http://www.palabraserrantes.com/the-ascent/


lunes, 30 de septiembre de 2013

Antesala, obra de teatro...





Olvidada tenía esa etapa de mi vida cuando recibo una llama del director Gabriel Gutiérrez Mojica pidiendo mi autorización para montar Antesala. Entré en pánico,  no tenía ni una copia —imaginen la redacté en una máquina de escribir viejita—y no recordaba bien a bien de qué iba la obra. Le dije que necesitaba leerla de nuevo, luego admití que no conservaba la copia. Él me hizo llegar una y para mi fortuna no me pareció fuera de tono, ni pasada de época. Le hice unos cuantos arreglos para actualizarla, redondeé el final, se eliminó un personaje, cuyos diálogos y situaciones fueron absorbidos por otro. En su conjunto la obra era bastante digna. La entregué y me dije: ninguna pieza teatral verdaderamente se completa si no se estrena alguna vez, el teatro no es para leerse solamente, debe representarse.




Para mi sorpresa, la obra tuvo mucho éxito y alcanzó llenos totales en la pequeña sala donde se represento en corta temporada. Yo asistí a casi todas las puestas en escena comprobando que cada representación es única e irrepetible, ahí la maravilla del teatro. Los actores fueron haciendo suyos los personajes, las situaciones… Estoy muy contenta, tengo una sonrisa amplia, agradecida con  el grupo  Teatro Producciones Gagumo, que bajo la dirección de Gabriel Gutiérrez Mojica la llevaron a escena.




La Cecilia de finales de los ochenta, ávida de escribir obras de teatro, deseosa de ver una puesta en escena de su trabajo, veintitrés años después ve ese sueño realizado. Esa chica imperiosa, apasionada y joven debe estar muy feliz ahora, por eso le dedico también esta entrada, agradeciéndole el no bajar las manos, el mantener en mí esa pequeña luz que ahora se aviva, recordándome que no hay esfuerzo vano porque tarde o temprano se asoma la recompensa…


P.d. Dejo en esta entrada algunas fotos de escenas de la obra cuya temporada duró todo septiembre.


miércoles, 7 de agosto de 2013

Pertenecer



No tenía ni idea de qué escribir para retomar mi blog — que de pronto se ha convertido en una bitácora casi personal de acontecimientos —, tenía pensado e incluso ya redactada una columna sobre la violencia cotidiana. Sin embargo, no estaba de humor ni me interesaba destacar o apedrear ningún producto en particular, ni ponerme a discutir su calidad o no artística a propósito de una película premiada en un famoso festival. Siempre se pueden hacer cosas maravillosas con las tragedias de los otros, con la inmundicia personal, con el cinismo de los políticos, con al enfermedad moral de un pueblo cada vez más enajenado por los medios de comunicación, con la indiferencia de los consumidores y así hasta el infinito. Hablar de una película como de una novela que se jacta de mostrar la verdad verdadera—como si aquí en este país perdido acá de este lado del mundo existiera la  posibilidad de la verdad aunque sea en sentido abstracto—, no me atrajo.
Además estaba abrumada por el trabajo, por los informes académicos interminables, por la incertidumbre laboral de ese momento y no tenía cabeza para infiltrarme en una reflexión sobre la violencia o cualquier otra cosa. A punto de claudicar, abrí mi computadora para redactar una carta con mis disculpas más elaboradas al editor, y que me encuentro a un amigo en el chat. Él estaba con sus cavilaciones, con sus reflexiones en torno a ese dilema contemporáneo de pertenecer o no pertenecer. Dejé de lado mi trabajo académico de corte administrativo—llenaba un formato para la SEP— y me inmiscuí en el asunto. Hablamos de si es conveniente pertenecer o no a un grupo literario, a un movimiento, a un género. De si es posible que eso ayude a la visibilidad como escritor, a consolidar la obra, a descubrirnos realmente. Discutimos sobre lo penoso y reductivo de los encasillamientos en una determinada línea literaria y de cómo algunos se sienten cómodos así, otros se molestan y luchan por desmarcarse haciendo lo que no saben hacer sólo para sentir que están en otra dimensión literaria, agradar a la critica y al canon tradicional—caray, si hasta los inclasificables están en una categoría la de los inclasificables—.  Él me preguntó así sin más, que si yo estaba molesta porque me ubican como escritora fantástica o de pronto juvenil, o algunos en la Ciencia ficción (aunque sólo he escrito dos cuentos  con las premisas de ese género), o que sí soy más cuentista o novelista (y ya sacando cuentas tengo más novelas que libros de cuentos),  o si mi vida académica tiene más peso que la literaria.  Y esto último, lo académico, me hizo pensar que ahí también me dicen que sí soy de tal grupo o de ese otro (no estoy en ninguno soy académica siempre digo), pero sí en un Cuerpo académico y gracias a ello tengo apoyos económicos —estaba llenado esos formatos antes de la charla—. Y en avalancha vertiginosa me di cuenta que pertenecemos queramos o no a algo. Nos hemos vuelto pertenencia, se acabó la autonomía en el sentido más estricto, ya no se puede ser o hacer en solitario nada ni avanzar en la vorágine social. Nos hemos vuelto entes colectivos: cuerpos, generaciones, grupos, redes, asociaciones, clanes, tropas, caravanas…
No es que no quiera pertenecer, me dije, simplemente no quiero que eso me determine, me impida moverme, me instale en un espacio de confort y me obligue a repetirme hasta el infinito en ese espiral que los otros han diseñado para mí. No quiero ser un individuo cuya definición dependa de su pertenencia o no a determinado grupo social, literario, académico, familiar, económico, sexual, cultural, nacional... Ciertamente todo está copado por las mafias grupales, por el poder de la asociación,  sin embargo ¿No habrá un espacio en el cual podamos estar un poco fuera de ese juego perverso que todos jugamos convencidos o no? ¿Un lugar donde la inclusión/ exclusión sea materia concreta y no esencia de todo? Y pensé en la escritura, mi único reducto, donde —todavía— voy y vengo en catarsis absoluta, donde sigo siendo autónoma, donde más allá de preocuparme por cumplir con un manifiesto literario o con la exigencias de una editorial, agente literario o jefe laboral, sigo produciendo lo que me apetece, cuando me apetece, sin preocuparme mucho por los títulos o las etiquetas, sin buscar un devenir que no sea el propio. Al final mi amigo y yo caímos en la cuenta de que hasta ahora ha sido así, y estamos liberados—por lo menos yo lo pienso así— de la responsabilidad que siempre trae consigo las clasificaciones o denominaciones que no nacen de una decisión propia.
No importa a que pertenezco si se a quien pertenezco: a mi misma y mi historia. Eso me lo confirmó una llamada telefónica que recibí justo cuando la conversación entre mi amigo y yo estaba álgida, era mi hermana que me preguntaba si había recordado que mi padre cumplió 15 años de muerto. Lo olvide. Sí, tan ensimismada estuve trabajando todo el mes para las necesidades de todos los espacios o grupos a los que pertenezco que lo olvidé… Reproché mi ausencia en las cosas importantes…
Mayo fue un mes extraño, por fin ha terminado, afortunadamente todo tiene un fin tarde o temprano. Curiosamente un mes puede parecernos un año o incluso una vida entera breve e intensa. Y justo me llegó esta reflexión sobre el pertenecer cuando estoy cerrando ciclos, continuando otros, mudando de piel, de casas, de conjeturas, para asentarme en la idea de llevar una existencia más propia, más mía. La palabra pertenecer ahora la percibo como vaga, ambigua, casi un paréntesis constante en la vida de los hombres, no significa inmovilidad ni perpetuidad, está ahí y luego ya no, porque finalmente vamos, venimos ajustándonos a las circunstancias. Y qué sabe nadie, sería muy bueno pensar que somos tan fugaces como la pertenencia misma.