miércoles, 13 de junio de 2012

Lo cotidiano, maravilloso...




Mientras rebuscaba en mi cabeza, entre mis libros alguna idea para esta columna, me di cuenta que debía poner en orden mis libreros porque nunca localizo nada cuando lo estoy buscando, y porque la verdad, ya están hechos un caos donde hay  más  libros sobre libros. Eso hacía cuando di con un apartado escondido —por supuesto al fondo— de pequeños volúmenes, de diferentes editoriales, todos dedicados a temas de la cotidianeidad o por lo menos a mí así me lo parecen.
Ocupada en otros menesteres de la vida había olvidado cuanto me gusta leer y recolectar este tipo de lecturas. Lecturas que me hablan de los placeres sencillos de la vida cotidiana, de los conflictos que tenemos con los objetos que usamos a diario y las reflexiones sobre cómo aprovecharlos mejor. Y ahí estaban esos bellos tratados sobre el té, las frutas exóticas o el desayuno. Otros tantos sobre el arte de matar moscas o los inagotables beneficios de la siesta, uno más sobre los zapatos. Encontré, entre el desorden, un hermoso ejemplar sobre La melancolía de los sastres de  Charles Lamb, quién además habla, en ese mismo texto, de los borrachos, los mendigos, para luego dedicar su prosa a la porcelana, un delicada visita a los oficios–vicios, digo mendingar también tiene su arte. Para luego detenerme en Elogio de la mano de Henri Focillon, una emotiva evocación al gusto por las manos, que más allá de un fetichismo fallido, el autor se centra en evidenciar la importancia de esta parte de nuestro todo, punto fundamental de sus intereses, confiriéndoles una independencia maravillosa, como Borges a sus objetos favoritos en aquel poema, homenaje a todos ellos, cuyo nombre no recuerdo (upss!!). Debe disculparme el lector, recuerde que estaba en medio de un montón de polvo y libros, caos personal, anonadada por un descubrimiento, que no era tal, ya sabía de sus existencia, pero que resultó serlo pues todo lo que se olvida y luego se recuerda es un presente renovado.
Cabe decir que en cuanto comencé a releer El arte de ponerse la corbata de M. Émile, Barón de l’Empesè, claudiqué a todo intento de hacer limpieza y en medio de un caos, a un mayor, me abandoné a la lectura de ese librito maravilloso con láminas de época (1832). Así que sin más, ya sé de corbatas collar de caballo, corbata a lo Birón o sobre la corbata sentimental.  Descubrí la corbata matemática, la perezosa, la calavera, la criminal, la americana, la rusa.  Todo un manual para el caballero refinado en el vestir pero sobre todo que sabe llevar una corbata. Obra que las mujeres debemos leer también pues no podemos permitir que él vaya por ahí haciéndose el sentimental cuando debería llevar una corbata con nudo a la Fidelidad si es casado. Divertidísimo.
Así me di cuenta de lo maravilloso de lo cotidiano, que asalta al hombre repentinamente —limpiando libreros, por ejemplo—, restableciendo su asombro ahí donde pensábamos que ya no estaba: en la escoba, en la mano, en la corbata, en el desayuno, en el aroma del café, del té o el chocolate Por ello no puedo dejar de lado a Balzac con su pequeño Tratado de los excitantes modernos donde cuenta los experimentos ingleses a los que fueron sometidos ciertos prisioneros, obligando a uno a llevar un dieta sólo de chocolate y a otro sólo de té. Los resultados son por demás “fantásticos”. Sí, lo maravilloso de lo cotidiano es el estimulante más poderoso, quién no quisiera escribir una historia después de tan sesudas y extravagantes cavilaciones. Esto me lleva a pensar que en la realidad, a la cual siempre incomodamos, hay más de un intersticio por donde pasa la ficción de la vida, esa que es la suma de todos nosotros.




1 comentario:

Anónimo dijo...

Me pareció muy bueno. Mónica