No sé si es
buena idea conjurar al insomnio para dejar de tenerlo. No sé si es acertado
pensar que el insomnio ayuda a crear bajo el efecto de una somnolencia
semejante, desde mi punto de vista, a un transito casi fantasmal entre el
tiempo y el espacio. Quiero decir
con ello que deambulamos por donde mismo, haciendo lo de siempre, sin tener
conciencia plena de hacerlo o de estar. No somos vivos, ni estamos muertos. No
somos ánimas, parecemos, vagando silenciosos, enmudecidos, como si nuestros
ruidos insultaran el sueño del otro, la razón del otro o el triste deber de
ausentarse unas horas de la modesta vida.
Quizá
ellos no entienden, no en ese momento, que su finísima sombra —y aquí tomo
prestadas las palabras de Borges— “ha sellado los espejos que copian la ficción
de las cosas”, y sin nada que las represente con certeza, vamos cayendo en la
duda de todo, incluso de si estoy soñando mi insomnio. Las divagaciones son
parte de este estado melancólico, cuidado si se prolonga, puede llevarnos habitar
entre intersticios, asomándonos a medias entre la vigila caprichosa y la dureza
diurna. De cualquier manera es duro estar con sueños, de sueños, bajo los sueños,
por los sueños, como sueños, entre sueños, sin sueños…
Cada
cual tiene su insomnio —como una vida— y lo lleva como puede, acostados en la
cama dando vueltas a un cuerpo que tal vez ya no quiere ser tuyo. O leyendo con
los ojos enrojecidos historias inventadas por las pupilas, que no pueden
retener las oraciones y engañan al cerebro con relatos que al día siguiente se
desvanecerán. Es posible que todos esos falsos recuerdos sobre lecturas, de
autores concretos, nunca se escribieron en realidad y se gestaron en las
penumbras de algún insomnio lector. Se puede vagar por la calles, también, como
un centinela proscrito observando al caminar otros paisajes acaso los
verdaderos; beber una copa tras otra para emborracharlo, sin doblegarlo, pues sigue
ahí como una puerta abierta que deja pasar a todos y a todo.
Entonces,
sin remedio, tomamos más conciencia de las cosas porque estamos con nosotros
mismos, sin intrusos, sin rutinas, sin el reconfortante sonido de los otros.
Solos, entre pensamientos diluyéndose en cavilaciones, en reflexiones obsesivas
o convulsiones mentales. Recomponiendo cosas, situaciones y pasados
irremediables poniendo a prueba la cordura de una vitalidad lejana. Sí, el insomnio
me inquieta, como te inquieta aquel que sabe nombrarte a pesar de tus múltiples
máscaras, de tus infinitos uniformes, ese que te llama y sin remedio le
respondes. ¿Qué nos dice? ¿Quién lo escucha? ¿Quién desea ser nombrado para
exorcizar de una vez a sus demonios?
Qué
sabe nadie, hoy escribo bajo los efectos de su sombra, bajo la nostalgia de un
ayer donde los hombres sólo iban a dormir, sin exigirse nada más que un sueño
tranquilo disolviéndolos en la realidad de la noche.
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