lunes, 18 de junio de 2012

Reflexión sobre mi insomnio.

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No sé si es buena idea conjurar al insomnio para dejar de tenerlo. No sé si es acertado pensar que el insomnio ayuda a crear bajo el efecto de una somnolencia semejante, desde mi punto de vista, a un transito casi fantasmal entre el tiempo y el espacio.  Quiero decir con ello que deambulamos por donde mismo, haciendo lo de siempre, sin tener conciencia plena de hacerlo o de estar. No somos vivos, ni estamos muertos. No somos ánimas, parecemos, vagando silenciosos, enmudecidos, como si nuestros ruidos insultaran el sueño del otro, la razón del otro o el triste deber de ausentarse unas horas de la modesta vida.
Quizá ellos no entienden, no en ese momento, que su finísima sombra —y aquí tomo prestadas las palabras de Borges— “ha sellado los espejos que copian la ficción de las cosas”, y sin nada que las represente con certeza, vamos cayendo en la duda de todo, incluso de si estoy soñando mi insomnio. Las divagaciones son parte de este estado melancólico, cuidado si se prolonga, puede llevarnos habitar entre intersticios, asomándonos a medias entre la vigila caprichosa y la dureza diurna. De cualquier manera es duro estar con sueños, de sueños, bajo los sueños, por los sueños, como sueños, entre sueños, sin sueños…
Cada cual tiene su insomnio —como una vida— y lo lleva como puede, acostados en la cama dando vueltas a un cuerpo que tal vez ya no quiere ser tuyo. O leyendo con los ojos enrojecidos historias inventadas por las pupilas, que no pueden retener las oraciones y engañan al cerebro con relatos que al día siguiente se desvanecerán. Es posible que todos esos falsos recuerdos sobre lecturas, de autores concretos, nunca se escribieron en realidad y se gestaron en las penumbras de algún insomnio lector. Se puede vagar por la calles, también, como un centinela proscrito observando al caminar otros paisajes acaso los verdaderos; beber una copa tras otra para emborracharlo, sin doblegarlo, pues sigue ahí como una puerta abierta que deja pasar a todos y a todo.
Entonces, sin remedio, tomamos más conciencia de las cosas porque estamos con nosotros mismos, sin intrusos, sin rutinas, sin el reconfortante sonido de los otros. Solos, entre pensamientos diluyéndose en cavilaciones, en reflexiones obsesivas o convulsiones mentales. Recomponiendo cosas, situaciones y pasados irremediables poniendo a prueba la cordura de una vitalidad lejana. Sí, el insomnio me inquieta, como te inquieta aquel que sabe nombrarte a pesar de tus múltiples máscaras, de tus infinitos uniformes, ese que te llama y sin remedio le respondes. ¿Qué nos dice? ¿Quién lo escucha? ¿Quién desea ser nombrado para exorcizar de una vez a sus demonios?
Qué sabe nadie, hoy escribo bajo los efectos de su sombra, bajo la nostalgia de un ayer donde los hombres sólo iban a dormir, sin exigirse nada más que un sueño tranquilo disolviéndolos en la realidad de la noche.

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