Generalmente
odio los lunes, salvo si son días de asueto o caen en vacaciones, fuera de eso
los lunes me parecen desagradables, no me fío de ellos y la mayoría de la gente
está de mal humor. Como no soy adicta al trabajo y llevo una vida familiar
tranquila, tampoco me representan esa anhelada orilla salvadora que me asila
del mundo al devolverme a la rutina laboral. Ciertamente la palabra lunes
fonéticamente es bonita, tiene cadencia, etimológicamente hace referencia a la
luna: el día de la luna; más todo ello no es suficiente, tal vez por eso yo me
pongo lunática —tengo serias tendencias a la locura—, intratable y de un humor
opaco que trasciendo al negro.
Los odio en serio, aunque ahora un poco menos gracias a mi reciente
entrada al mundo espiritual de manejo de energías —siempre con ojos escépticos—
y a una colección de literatura tan curiosa como bella que se llama: Lunes. ¡Ah ironías de esta vida que me
pesa tanto! No iba a comprarla debo admitirlo, la sola idea de tener entre mis
libros, no un texto, sino una colección de relatos bajo esa denominación me
parecía un flagelo mental nada apetecible. Pero lo que no mata fortalece, decidí
curarme en salud, adquirí los treinta y un títulos junto con una caja roja
lindísima. Eso y que la vendedora me aseguró que ya no había más colecciones
completas, solo ejemplares sueltos, no de todos los autores: “los más raros ya
no se consiguen”. Mmmm, caí, pues me fascina la idea de tener objetos del
deseo, sobre todo si otros no pueden tenerlos, sí, a pesar de la apelación
nefasta.
Para mi grata sorpresa este lunes fue una fiesta, resultó que es la
reproducción facsimilar de los cuentos originales editados por Pablo y Henrique
González Casanova de 1944 a 1947. Tenía ante mí relatos que pertenecían a la
generación de la primera mitad del siglo XX, mayoritariamente mexicanos, muchos
de ellos desconocidos no por falta de calidad, qué sabe nadie por qué razones
de extrañas o editoriales, mismas que no indagaremos en esta ocasión pues sería
motivo para otra columna. Siempre he dicho que es azarosa la vida de cualquier
libro, mucho más la de un escritor.
Cada relato o conjunto de ellos viene acompañado con las viñetas originales
de grabadores de la época, que en esta reimpresión de facsímiles del 2005
publicados por la UNAM con todo el cuidado de los primeros editores, siguen
conservando su calidad gráfica. Me sentí afortunada no sólo por el libro en sí
sino por el patrimonio cultural resguardado en este conjunto de cuentos.
Una vez que los tuve en casa, que repasé todos los títulos, los hojee con
ese encanto que tiene algo viejo —aunque en realidad sea un añoranza
reproducida en lo moderno—,recordando que estoy en esto de las energías, de cómo
se van o se renuevan, te fortalecen o te destruyen, te sanan o te enferman,
decreté algo: cada lunes voy a leer un volumen, cada lunes voy a iniciar la
mañana, la semana, evocando la literatura que ahora nos hace ser o escribir.
Cada lunes voy a cambiar ese deseo de evaporar ese día, de desintégralo y
mandarlo a orbitar a otra galaxia, por el gusto de levantarme preparar mi té,
tomar en orden —cosa que no suelo hacer— cada uno de esos relatos para
disfrutar, aunque sea una hora, del penoso lunes.
Así, desde ese día a la fecha he llevado conversación privada con el
hasta ese momento desconocido para mí Pablo Dolores Ake, que emuló a Quevedo
con su relato Nuevo cuento de cuentos,
con Francisco Roja González cuya Celda 18 bien pudo evocar a Revueltas a
escribir su famoso El apando. Ah, La casa del grillo de Alfonso Reyes que
me devolvió cierto recuerdo de infancia al leer como se nombran los dedos de la
manos, evocando a mi abuela, siempre divertida, enseñándomelos. A Descubrí al
escritor chileno Luis Enrique Délano con Un
niño en Valparaíso, cuya creación de atmósferas para el manejo de las
emociones me dejó abrumada. Y cómo me divertí, de hecho me hizo el lunes
completo El Dr. Fu Chang Li, de un
autor del que no tenía conocimiento Octavio G. Barreda; también me deleité con
un cuento tan atípico como vanguardista de Mariano Azuela: El jurado.
La lista continua, pero mis lunes de lunes —no puedo creer que lo este
diciendo “mis lunes de lunes”— van por el número 11, y estoy emocionada porque me falta más de la mitad, sí, este año se verá salvado de tan
nefasta intervención semanal. Además compruebo la sabiduría popular,
modificándola un poco, pero el lector de esta columna entenderá a que me
refiero al decir: un lunes saca otro lunes.