Terrazas miraba
el fondo del vaso con los restos de la espuma de la cerveza. Había tomado dos,
quizá tres, perdió la cuenta esperando al Inspector Francisco Fuentes. Ni
siquiera sabía bien por qué lo cito ahí, ni qué iba a decir. Pero tenía que
hablar, no estaba de acuerdo con nada, ni con las notas de los gendarmes, ni
con el forense, ni con los doctores que atendieron al General Corona, ni con el
cómo se manejó el caso desde un principio. Ahora, pensándolo bien, debió
quedarse en el norte, allá en Ciudad Juárez o aceptar su comisión a Chihuahua y
no a Guadalajara. Mala hora aquella en que escuchó a su esposa decirle que un cambio
de aires y de temperatura le ayudaría al estómago, a su frágil digestión. Nada,
todo se había empeorado, la salud, el dinero y para colmo verse involucrado en
una asesinato tan absurdo como el carpetazo que le dieron al asunto.
Pidió otra cerveza y miró su reloj: “No va a
venir”. Sus compañeros le advirtieron que el Inspector Fuentes estaba buscando
un asenso desde hacía tiempo y que no iba a permitir que un norteño, necio y
con poca experiencia, le viniera a arruinar la vida. Pero qué le va hacer, es
hombre de ideas fijas y esto del asesinato de General le huele mal. Si él no
hubiera estado ahí. Si ese domingo diez de noviembre no le hubiese tocado hacer
ronda junto con el Inspector, no estaría ahora bebiendo una cerveza tras otra
para encontrar la forma de sacarse la imagen de Primitivo Ron, tirado en la
calle, envuelto en su propia sangre que le salía a borbotones del pecho, del
estómago. Porque a él le tocó ver esta escena y no cuando se llevaban al
general y a su esposa. Sólo le dijeron: “Quédate aquí éste es el asesino”. Y le
costó trabajo cree que, ese sujeto con los ojos entreabiertos y la expresión
llena de sorpresa, como si no esperara la muerte, se había suicidado después de
asestar con violencia varias puñaladas por la espalda al General Corona y otra
a la esposa que intentó auxiliarlo.
Terrazas recuerda bien que quiso dejar a un par
de gendarmes ahí junto al cuerpo de Primitivo Ron, el supuesto asesino, para
integrarse a las pesquisas y ayudar a trasladar al General a lugar seguro. Pero
no, a él le tocó esculcar al muerto, revisar sus bolsillo, identificarlo. Sintió lástima de aquel
muchacho de no más de veinte años, mas todo se puso peor cuando dio con un
papel mal trecho que resultó ser una nota suicida. Nota que le impidieron leer
en ese momento y se llevaron como evidencia para estudiarla en un lugar más adecuado. Luego sólo se le ordenó
inspeccionar todo el perímetro, localizar testigos, pistas u alguna coordenada
para esclarecer el asunto.
Se aplicó en serio, recolectó todo cuanto creyó
necesario registrándolo y guardándolo según el protocolo. Nunca abandonó el
lugar del delito ni perdió detalle de la escena hasta ya entrada la noche.
Después con sumo cuidado y atendiendo a cada detalle escribió su reporte. Cada
evidencia, acompañada de una lectura detenida y minuciosa, concluyendo que
aquello no fue el arrebato de un loco en solitario, sino un complot para
asesinar al Gobernador de Guadalajara con alevosía. Orgulloso estaba de buen
trabajo, pero cuál va siendo su sorpresa, le dieron carpetazo al asunto,
desestimaron sus informes y su apelación cuando se opuso terminantemente a
ello.
—¿Sigue con lo mismo Terrazas?
Era el Inspector Fuentes que mientras se sentaba en la mesa pedía un tequila.
—Inspector,
pensé que ya no venía.
—Estoy
aquí porque quiero dar por terminado este asunto.
—Usted sabe que esto no es como las instancias oficiales lo manejan.
—¿Ah no? Entonces vamos a desacreditar a hombres tan ilustres como Don
Luís Pérez Verdía que de puño y letra redactó el suceso. O a desestimar también
a el Licenciado Zuno todo porque usted dice que entrevistó a un muchachito,
pintor en ciernes, que dijo ser testigo presencial, ese tal…
— Gerardo
Murillo, Inspector.
—Que además por lo que sé
está desaparecido. Y que seguramente buscaba sus cinco minutos de fama, y pues
no le salió el asunto, así que como buena rata de refundió en su agujero…
—Pero, no sólo es lo del testigo. Sino los dos hombres misteriosos que
acompañaban a Primitivo Ron y que se presume fueron los que lo apuñalaron.
—Terrazas, ¡Por Dios! Entre en razón, no hay ningunos hombres
misteriosos, el asesino se suicido.
—Inspector, con toda la
consideración que me merece, ¿quién puede creer que alguien después de darse
una puñalada en el corazón, pueda darse otra y luego herirse en el estómago?
Eso es imposible.
—¡Ah,
entonces usted sabe más que los médicos forenses!
—No digo eso, sólo le pido que me permita argumentar mi punto de vista.
—Terrazas, ¿qué no ve? Quedan claros los motivos del horrible caso en la
nota suicida de Ron: ¡Qué muera el
General Ramón Corona. Que muera para que escarmienten todos los Gobernadores de
los Estados de la República y todos los gobernadores del mundo. ¡Qué sea esto
para escarmiento y felicidad de muchos Gobernadores presentes y futuros!
Pero venga, argumente lo
irrefutable…
Sin mucho convencimiento y bebiendo de golpe su tequila Fuentes acepta
escuchar la versión de Terrazas.
—Mire, Inspector, retomemos el supuesto manifiesto suicida. No me trago
eso de que él lo escribió. A ver, se sabe que Primitivo fue director de una
escuela en Mezquitán, y si bien recuerdo, porque lo investigué, fue retirado de
su cargo por violaciones al laicismo legal. Por eso me pregunto ¿Cómo un
director de escuela tiene faltas de ortografía? Además están las innumerables
referencias cultas, Inspector, ¿Cómo alguien que escribe mal puede citar con
precisión y dar esa referencias a autores clásicos? Y ¿no le parece extraño que
Primitivo tuviera todos los detonantes posibles para la locura y que además él
los enumerara como causas de su falta de apetito por la vida? Acuérdese: sufrió
intensamente desde su niñez; era despreciado por las mujeres, burla de su
parentela, de sus amigos, no se le reconocía su talento, ni lo tomaba en
cuenta, entre otras cosas… Demasiado, ¿no cree?
—Ser despreciado por las mujeres enloquece, Terrazas. Usted es bien
parecido y no sabe de eso pero ese pobre muchacho… Además, el general si lo
tomó en serio, lo escuchó y le dio trabajo de gendarme. Mal agradecido, Dios lo
pudra en los infiernos…
—Ahí otra inconsistencia, Inspector. ¿Cómo un Gobernador iba a recibirlo,
escucharlo y darle empleo con asuntos más importantes por despachar? Poco probable. Y si fue así ¿quién de
su oficina lo permitió? Nadie me ha sabido contestar esta pregunta. Por otra parte, si Ron lo quería matar, ¿por qué no fue
ahí, lo tenía muy próximo? ¿Por qué espero, si total él deseaba quitarse la
vida, qué más daba ser obra de él o de los guardias del palacio de Gobierno?
—¿Cómo saber los razonamientos de un loco? Terrazas, ubíquese…
—Yo no creo que estuviera loco de remate, fue un chivo expiatorio en
todo esto… Inspector, es cosa de atenerse a los detalles, nada tiene sentido.
¿No le parece extraño que se le de el puesto de gendarme a un ex director de
escuela? ¿Quién podría sospechar de un hombre que vigila la ley? Y ¿por qué no
tenía compañeros de ronda? Además ¿quién le dio el itinerario del general y su
esposa? ¿Cómo sabía que ese domingo iría al teatro? Luego están las
incongruencias del lugar donde fue atacado. Los croquis son confusos,
Inspector. Mi versión coincide con la del muchacho Murillo: acuchillan al general en la calle de la
Maestranza y a Primitivo Ron en la esquina de ésta y la calle del Carme…
—Terrazas, ah ver, no cambie las cosas, Ron se suicida, no lo asesinan.
—Yo sólo me atengo a los hechos, son las evidencias, las pruebas, los
detalles los que cuentan otra historia, son ellos los que contradicen la
versión oficial.
—¡Ah, qué Terrazas! Y según usted ¿cuál es la verdad?
—No me atrevo a asegurar nada todavía… Pero corren rumores y tengo en
proceso de verificación algunos. El más fuerte es que todo esto se gestó bajo
las siniestras órdenes de Porfirio Díaz.
El Inspector Fuentes volteó nervioso a las otras mesas esperando que
aquello no se hubiese escuchado. Pidió otro tequila. Terrazas continuó
hablando:
—Es claro que el General Corona era un opositor en potencia de Díaz. Un
liberal con mucho poder…
— Cállese de una vez. Ni se le ocurra volverlo a decir. Como gente que sirve
al gobierno no debe repetir las chismorrerías de la gente ociosa.
—Yo le servo al pueblo, usted también.
— Mire Terrazas estoy perdiendo la paciencia.
—Inspector, sólo déme su autorización y un par
de hombres para esclarecer este asunto.
—Me temo que no se va ser posible, porque justo
vengo a darle una buena noticia. Lo comisionan para que regrese al norte.
Sacó del bolsillo un papel, se lo entregó a
Terrazas:
—Chihuahua.
—Sí. Fíjese que por allá solicitan refuerzos, no sé que tanto borlote
traen: levantamientos, inconformidades, conspiraciones... Y a usted como le
gusta investigar sombras donde no las hay, pues le vendrá bien el cambio.
Bebió su tequila de golpe. Se despidió estrechando fuerte la mano de
Terrazas, quien sin decir absolutamente nada quedó quieto en su asiento.
—No se ponga triste Terrazas, usted va hacer lo que el mismísimo
Primitivo dijo: …habitar en “otros cielos
y nuevas tierras donde more la justicia”.
El Inspector no habló más.
Tomó su sombrero y salió del local saludando a algunos comensales sin dejar de
sonreí. Terrazas apuró el último trago de su cerveza y se quedó mirando los
resto de la espuma que, como sus buenas intenciones, se fueron desvaneciendo
poco a poco…
( En Jalisco 1810-1910. Anecdotario del pasado desde el presente, 2010)