Me gusta
demorarme. ¿Cómo? Si tú eres muy puntal. No es lo mismo contesté. Mi amigo puso cara de consternación como
si el concepto llegara a destiempo a su cabeza. Ah, ahora ya comprendo, te
gusta detenerte en las cosas, terminó por decir después de unos segundos de
vacilación. Sonreí, ya no intenté explicarle, ¿por qué siempre se buscan equivalencias,
aproximaciones—eso son los sinónimos en el mejor de los casos— para no caer en una falta de estilo
verbal o escrito, para no repetirnos como si con ello estrecháramos de mejor
manera nuestros pensamientos o, peor aún, sentimientos?
En fin, no voy a demorarme ahí, discusión de siglos o de épocas, en esta
ocasión solo reflexiono esta idea que nació del ocio, una especie de compañero
de juego de la demora, no el único ciertamente ni el mejor.
Insisto, me gusta demorarme. Por ejemplo cuando leo y estoy absorta en
esa lectura que lejos de apurar, beberla de golpe, quisiera que no terminara
nunca —una novela corta, un cuento, me demora más que un mamotreto de
cuatrocientas páginas—; también me gusta demorarme en algún objeto de museo sin
ir con esa necesidad de verlo todo cual devoradores de espacios, de lugares, de
cosas. Simplemente para decir en la conversación: ya he estado ahí. Con la
comida es igual: tranquilos, estoy bebiendo el aperitivo, despacio disfruto la
ensalada, aguarde no he terminado con mi carne, estoy reposando no necesito
ahorita el postre. Ni pagando los servicios uno puede demorarse.
La demora me parece a su vez un buen indicador de interés. Hacemos una
pausa en lo que nos llama la atención aunque sea un instante —si aún tenemos un
mínimo de decoro para prestar atención a lo que nos rodea—; así, una persona,
en la casualidad de un día, puede ser un acierto sin importar si aquello
culmina en algún tipo relación. O un descubrimiento toparse con el vecino, como
lo es hacer un alto en medio del trabajo para cuestionarse la naturaleza del
mismo. Demorarse en llegar a…algún lado, persona, puesto o reconocimiento no es
una pena, ni una tristeza ni motivo de amargura: demorarse no implica la noción
de detenerse indefinidamente.
Vivo en la demora, gozo la demora, entendiéndose como un espacio
silencioso, como un paréntesis donde la existencia no va de prisa para alcanzar
esos objetivos locos e impuestos por la necesidad —o necedad— de estar en
movimiento o a la cabeza siempre. Demora como pausa para esa presión social, que
con la edad se acrecienta, e intenta matizar esos objetivos trazados en ala soberbia
de destacarse —en lo que sea eso no importa—, pensando que con ello alguien va
a sorprenderse con nosotros. Y así vamos, cuál furiosos e incontenibles
caníbales, atragantándonos de información, adhiriendo seguidores en las redes
sociales, en las cuentas de tuiter, acumulando viajes, títulos, premios, dinero,
vicios, gente, amarguras, soledades , experiencias… sin degustarlas siquiera… El
existir como una urgencia.
Si la vida está en otra parte, no sé si en demorarse, hoy me gustaría pensar que sí.
1 comentario:
También tengo momentos de la vida en los que me gusta demorarme, las caminatas por ejemplo. Ir saboreando el paisaje sin pensar en la meta, aunque los afanados se enfurezcan conmigo. Y sobre todo, me gusta demorarme en las palabras que se usan todos los días: ¿qué significan?, ¿de dónde salieron?, ¿hay otras mejores?.Por eso mi vida transcurre a un ritmo muy lento.
Gracias por este artículo.
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