Muchas veces he pensado que el mundo es un enorme laberinto. Nosotros, esos valientes (debería decir temerarios) Teseos que vamos en busca del minotauro para matarlo y, así poner fin a nuestros males. La analogía puede parecer descabellada, descabezada, para ir a tono con eso de cazar un minotauro y poner su cabeza en la sala. Porque pareciera que estamos empeñados en luchar incansables e imperiosos contra nuestras desdichas, contra los males universales y contra aquello, que desde un punto de vista, el que sea, no está bien.
Si nos atenemos a la leyenda del minotauro, este pobre ser es una aberración, un capricho de dioses y humanos que tuvo la suerte de ser el verdugo de odios e iras. Él es la catarsis, la venganza, las bajas pasiones a las cuales, de vez en vez, nos sometemos todos. Así, muchos enemigos o problemas resultarían minotauros que nos asechan dentro del inmenso laberinto que vamos franqueando. Somos sin remedio creadores y destructores, víctimas y asesinos, esperanza y desilusión, según sea el papel que nos aguarde dentro del laberinto del otro. Somos a destajo y/o antojo Teseos o Minotauros.
Sin embargo, ¿cuándo saldremos de él? ¿Lo haremos vivos o muertos? ¿En qué momento la faena será concluida? ¿Cuál espada silenciosa cortará de tajo la cabeza del tormento, de la desesperación, del fracaso de una pareja, de un proyecto, de una amistad, de uno mismo? Quizá, cuando nos aferremos a ese finísimo hilo de conciencia que nos de una Ariadna, para llegar hasta el centro del laberinto, e irremediablemente, cruzar miradas con un espejo. Porque, quizá, ese hilo conductor del pensamiento, nos ayude admitir que somos, también, lo más oscuro, lo más insólito y lo más temible: hombres-bestias en batallas perpetuas.
Si nos atenemos a la leyenda del minotauro, este pobre ser es una aberración, un capricho de dioses y humanos que tuvo la suerte de ser el verdugo de odios e iras. Él es la catarsis, la venganza, las bajas pasiones a las cuales, de vez en vez, nos sometemos todos. Así, muchos enemigos o problemas resultarían minotauros que nos asechan dentro del inmenso laberinto que vamos franqueando. Somos sin remedio creadores y destructores, víctimas y asesinos, esperanza y desilusión, según sea el papel que nos aguarde dentro del laberinto del otro. Somos a destajo y/o antojo Teseos o Minotauros.
Sin embargo, ¿cuándo saldremos de él? ¿Lo haremos vivos o muertos? ¿En qué momento la faena será concluida? ¿Cuál espada silenciosa cortará de tajo la cabeza del tormento, de la desesperación, del fracaso de una pareja, de un proyecto, de una amistad, de uno mismo? Quizá, cuando nos aferremos a ese finísimo hilo de conciencia que nos de una Ariadna, para llegar hasta el centro del laberinto, e irremediablemente, cruzar miradas con un espejo. Porque, quizá, ese hilo conductor del pensamiento, nos ayude admitir que somos, también, lo más oscuro, lo más insólito y lo más temible: hombres-bestias en batallas perpetuas.
1 comentario:
Esta entrada me recuerda aquel cuento de Borges "La Casa de Asterión" y aquella duda sobre la bondad/maldad que siembra en la cabeza del lector.
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